Educar en y para la justicia, así como para el perdón, la reconciliación y la paz, es un desafío apremiante.
Vivimos un cambio de época, lo ha dicho nuestra Iglesia en su enseñanza social, es decir, vivimos una crisis civilizatoria, que está presente en diferentes ámbitos: político, económico, educativo, religioso, social.
La constante de esta crisis es que los esquemas y marcos de referencia con los que orientamos nuestra existencia se ven rebasados, ya no son suficientes; es necesario purificarlos, madurarlos y ensancharlos.
Hay algunos desafíos que dan cuenta de esto:
● Paradójicamente, vivimos grandes avances en la ciencia, la tecnología, lo cuantitativo, lo medible y eficiente. Los modelos para entender la realidad están marcados por: “lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio” (Evangelii Gaudium, n. 62).
● También está presente el paradigma de la tecnocracia y la razón instrumental, que se orientan por lo que sirve, lo que genera resultados, aquello de lo que se puede sacar provecho.
● Es necesario reconocer que hay un gran retroceso en lo humano: el tejido de nuestra sociedad se encuentra lastimado y fragmentado por la injusticia, la violencia, la cultura del descarte, porque no todas las personas pueden acceder a las condiciones necesarias para su desarrollo integral.
Por tanto, encuentran grandes limitantes para participar de un proyecto de sentido y transformación de su comunidad. Esto impide construir una paz auténtica.
La Iglesia no es ajena a estos problemas, sino que de manera puntual en su Doctrina Social, ha acompañado al ser humano en sus inquietudes más profundas, sus alegrías, los dramas de su existencia.
Ha ofrecido principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción, para que la persona pueda entender estas realidades, posicionarse y responder evangélicamente frente a ellas, con una mirada trascendente, integral, misericordiosa.
Educar para la paz requiere más de un “recetario de soluciones inmediatas”, reeducar nuestra mirada, convertir nuestro pensamientos y afectos, pero sobre todo, responder juntos frente a esta desafiante realidad histórica.
De manera reciente, el Papa Emérito Benedicto XVI y el Papa Francisco nos han ayudado a entender el fondo de la crisis que vivimos. En síntesis, podemos decir que parte de una raíz antropológica y espiritual: el ser humano se entiende a sí mismo y a la realidad que le rodea de manera autorreferencial y egoísta; ha olvidado lo más humano que hay en él que es su capacidad de encuentro, de compasión y de tejer relaciones de fraternidad con los otros. El horizonte, el sentido de la vida, no se puede realizar en solitario, en un individualismo.
Esta crisis afecta los diferentes ámbitos, de manera especial interpela a la educación. El Papa Emérito Benedicto XVI nos habla de una “Emergencia Educativa”[1] y el Papa Francisco -con mayor tono de urgencia- de una “catástrofe educativa”[2] que requiere de articular las relaciones entre los distintos agentes de la educación formal y no formal.
Lo anterior, porque la educación ya no responde a los desafíos que vivimos y ha perdido su dimensión humana. Por consiguiente, se ha reducido a un esquema tecnocrático, al cumplimiento de programas estandarizados, al individualismo, la competitividad.
Se capacita a la persona para introducirla a la cultura vigente, pero no se le enseña a emerger desde lo profundo, a posicionarse en referencia a un nosotros, a un destino común. Dentro del contexto de la globalización, es contradictoria una respuesta individualista que desconoce las relaciones con los otros, con lo otro que es la creación, así como con el Creador.
Hoy, se corre el riesgo, también, de que la misma justicia se entienda solamente bajo principios racionalistas, separados de la caridad y la solidaridad[3]; y que la paz se reduzca a la afirmación de la propia seguridad y tranquilidad, al margen de los otros, su clamor y sus necesidades reales[4].
Precisamente para educar en y para la paz es importante ampliar la comprensión de estos amplios y profundos términos.
El pasado 1o enero, de nueva cuenta en su pontificado, el Papa Francisco compartió el Mensaje para celebrar la LV Jornada Mundial de la Paz. Más allá de reflexiones y discusiones teóricas, nos llama a asumir un compromiso de entrega y generosidad creativa, para construir juntos una paz auténtica, con ayuda de tres caminos: el diálogo entre las generaciones, la educación y el trabajo.
Por tanto, esta paz que estamos llamados a cultivar, no se queda en palabras abstractas, en buenos deseos, o simplemente en la ausencia de guerra (Cf. Evangelii Gaudium, n. 219). San Pablo VI nos ayuda a profundizar y aterrizar la manera de entender la paz, en su Encíclica Populorum Progressio (n. 76), al afirmar que es posible una paz auténtica y sólida, en la medida en que se promueva el desarrollo humano-integral de toda persona y de toda la persona, en los diferentes ámbitos de nuestra cultura. La paz es un don divino, que estamos llamados a cultivar, cuidar y regenerar.
Para responder a este desafío, el Papa Francisco nos ha convocado recientemente (de manera puntual el 19 de septiembre del 2019 y el 15 de octubre del 2020) a construir juntos un Pacto Educativo Global. Esta iniciativa se ha asimilado en distintos proyectos educativos y pastorales de la Iglesia. Sin embargo, se corre el riesgo de no entender su trasfondo y sentido.
El Papa no nos convoca a un plan de acción, a una cuestión de mercadotecnia, o al formalismo de firmar un documento. Sino que nos llama -poniendo como centro a la educación- a un camino de restauración de nuestros vínculos, y de regeneración de nuestra cultura, a fin de que sea más humana, fraterna y solidaria.
Con este llamado, ha puesto a la educación en medio de la Doctrina Social de la Iglesia, y a ésta en el centro de la educación.
Por tanto, este Pacto nos lleva a un proceso de conversión espiritual en el que estamos llamados a re-educarnos todos (“familias, comunidades, escuelas y universidades, instituciones, religiones, gobernantes, a toda la humanidad”[5]), para aprender a salir de nosotros mismos, y recuperar nuestra capacidad de encuentro, de compadecernos ante el dolor del otro y su necesidad de ser afirmado como persona. Estamos llamados a: “ser parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas”[6].
Mediante este Pacto, el Papa nos llama también a restaurar los puentes de diálogo entre generaciones. La conformación de una nueva cultura sólo es posible si se restaura ese puente vital de comunicación entre los ancianos, que aportan conciencia de nuestra identidad, tradición y raíces, y los jóvenes que ofrecen dinamismo y proyección a futuro.
Una paz sólida sólo es posible si se genera un Pacto, una alianza educativa, un ámbito en el que todos nos sintamos acogidos y experimentemos la solidaridad y corresponsabilidad en la construcción de un destino común.
Cabe señalar, que en su última Encíclica Fratelli Tutti, el Papa nos ofrece algunas preguntas que pueden ayudarnos a responder al desafío de promover la paz y el desarrollo humano-integral: “¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré, qué provoqué en el lugar que se me encomendó?”(n. 197).
El desafío es muy grande. No hay tiempo que perder. El Magisterio Social de la Iglesia nos ilumina con claridad. Es momento de discernir, de conversión y de construir un futuro más solidario, sustentable y fraterno. Dios nos fortalezca, para corresponder con generosidad a su confianza y cuidado.
El p. Eduardo Corral Merino es Secretario de la Dimensión de Pastoral Educativa y de Cultura del Episcopado Mexicano.
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[1] Cf. BENEDICTO XVI, Discurso en la inauguración de los trabajos de la Asamblea Diocesana de Roma, 11 de junio de 2007; Lineamenta para la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos: “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”, 2011; Discurso a la 61ª Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana, 27 de mayo del 2010, entre otros.
[2] PAPA FRANCISCO, Videomensaje con ocasión del Encuentro promovido y organizado por la Congregación para la Educación Católica: “Pacto Educativo Global. Juntos para mirar más allá”, 15 de octubre del 2020.
[3] BENEDICTO XVI, Mensaje para la Celebración de la XLV Jornada Mundial de la Paz “Educar a los jóvenes en la justicia y la paz”, 1 de enero del 2012.
[4] Cf. PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, n. 218.
[5] PAPA FRANCISCO, Videomensaje: “Pacto Educativo Global. Juntos para mirar más allá”, 15 de octubre del 2020, Op. Cit.
[6] Ibíd.
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