En mis tiempos de juventud las parejas para el noviazgo se buscaban en bailes, fiestas o en alguna famosa avenida de la ciudad, donde chicas y chicos paseaban para conocerse. Hoy muchos jóvenes encuentran sus parejas utilizando su teléfono móvil con aplicaciones como Meetic, Lovoo, Tinder o Happn. Y aunque los avances en la tecnología son sorprendentes para conocer personas, parece que muchos jóvenes no tienen la suerte de encontrar fácilmente una pareja estable.
¿Dónde encontrar el amor?, es la gran pregunta que muchos se hacen. La cultura progresista, con sus clases de educación sexual escolar, con la publicidad erótica y con la pornografía en redes sociales y medios de comunicación, los ha empujado por el camino del sexo durante el noviazgo. El resultado es que los jóvenes no han encontrado la verdadera alegría. En cambio el sexo los está dejando con muchas heridas emocionales, miedos y depresiones; pero lo más grave es que los está incapacitando para formar la familia sólida que anhelan.
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Es importante que un joven, antes de aventurarse en una relación de noviazgo, descubra dos cosas que son clave para encontrar el amor y la felicidad.
Dice la Iglesia que “el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Gaudium et spes, 24). La frase es importantísima. Nos dice que Dios nos ha amado no porque seamos buenos o porque tengamos muchas cualidades, sino por el simple hecho de existir. Desde antes de la creación Dios nos amó y nos puso en la existencia y, por lo tanto, Él quiere lo mejor para nosotros.
La segunda parte de la frase es clave para encontrar el amor: encontramos nuestra plenitud cuando aprendemos a donarnos a los demás. Hace años conocí a una chica mexicana que sola viajaba por Europa con el propósito de encontrarse a ella misma. También tengo un amigo que pagó costosos viajes a la India para vivir extrañas experiencias espirituales con el objetivo de encontrarse a él mismo. La manera en que las personas tienen estas experiencias de introspección egocéntrica y “se encuentran a ellas mismas” es algo que no acabo de entender.
En su enseñanza la Iglesia Católica nos muestra el camino más simple y profundo: nos encontramos a nosotros mismos cuando aprendemos a donarnos, a cuidar y a procurar lo que es mejor para los demás. Así de sencillo. La experiencia que tuvieron mi abuela, mi madre y algunas tías que fueron Voluntarias Vicentinas, y que sirvieron en dispensarios médicos, hospitales y en llevar la Palabra de Dios a los necesitados, me mostraron que el camino hacia la felicidad plena está en el servicio a los demás. Paradójicamente encontrarse a uno mismo es olvidarse de uno mismo y entregarse al bien de los demás. Ahí nos espera Dios.
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El Señor nos hizo para vivir en familias y comunidades. Los seres humanos funcionamos de esta manera. No encontramos la felicidad sólo preocupándonos por nosotros mismos y sirviendo únicamente a nuestros intereses. Encontramos plenitud cuando unimos nuestras vidas e intereses con las vidas y las necesidades de otras personas; cuando buscamos el bien de los demás y ellos se preocupan por el bien de nosotros. He visto más alegría y felicidad en padres y madres de familia que se sacrifican para darles familia unida y pan a sus hijos, que en muchas otras personas que, por ocupar altos puestos de trabajo y ganar mucho dinero, se olvidan de sus familias, viven vacíos y sólo se ocupan de sus intereses.
¿Qué debemos hacer entonces para encontrar el amor? Aprendamos a no utilizar a los demás y busquemos únicamente su bien. Es cierto que todos somos más o menos egoístas, y es necesaria una educación en el amor y la sexualidad para transformar el egoísmo y así no servirnos de otras personas sólo para satisfacer nuestros deseos. Un joven queda lastimado cuando descubre que su novia sólo mantiene una relación con él por su dinero y su coche último modelo. Una chica queda decepcionada y herida cuando descubre que su novio la busca más por la belleza de su cuerpo que por sus valores internos que tiene como mujer.
No está mal que los jóvenes utilicen alguna app para iniciar un romance. Pero si quieren hallar una relación que los haga felices deben siempre conservar tres preguntas en su mente:
¿Esta persona está realmente interesada en lo que es mejor para mí?
Esta persona, ¿me ve como imagen de Dios y me trata con dignidad y respeto?
Y yo, ¿quiero su verdadero bien y estoy dispuesto a respetarla y amarla con sacrificio? Si las respuestas son afirmativas, el amor verdadero estará llamando a la puerta.
Los artículos de opinión son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
Artículo publicado originalmente en el blog del P. Eduardo Hayen
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