Mi nombre es Judith O., soy originaria de Jalisco. A temprana edad me vine a vivir a Acapulco; aquí conocí a mi esposo y tuvimos dos hijos: Jesús y Emmanuel. En 2013 secuestraron a Jesús, él tenía entonces 27 años. Ese día recibimos varias llamadas; nos pedían 50 mil pesos de rescate, pero sólo pudimos conseguir 9 mil 800, y al final no se realizó la operación. Nos volvieron a llamar y nos dijeron que jamás lo volveríamos a ver. Y así fue.
Interpusimos una denuncia ante la Policía Federal, pero nos rechazaron porque dijeron que se trataba de una venganza y teníamos que ir a la Policía Ministerial. También fuimos, pero de ahí nos mandaron a otro lugar, y así estuvimos, sin poder interponer la denuncia en ningún lado.
Vivimos días de mucho sufrimiento e impotencia, hasta que nos invitaron a un taller de perdón en la Iglesia, del cual salió la asociación “Familias de Acapulco en Busca de sus Desaparecidos”. Y todo iba bien, pero en 2016 ocurrió otra desgracia para nosotros.
Emmanuel, que había estado investigando la muerte de su hermano, fue un 11 de diciembre a celebrar a la Virgen de Guadalupe, y ya no volvió.
Al día siguiente lo anduvimos buscando por todos lados, hasta que me llamó una de mis cuñadas y me dijo que fuera rápido a su casa.
Llegué y lo que me enseñó fue un periódico en el que aparecía una foto con la cabeza de Emmanuel; tenía el cabello arrancado, también una oreja. El cuerpo estaba tirado más allá, le habían cortado las piernas, pero sin arrancárselas, lo mismo un brazo.
¡Cómo iba yo a querer perdonar algo así! Te entran muchos sentimientos: coraje, rabia, deseos de venganza.
Le preguntaba a Dios por qué… Pero mi párroco siempre estuvo con nosotros, y me ayudó a abrirme a la gracia de Dios. Volví a los talleres de la iglesia. Pero yo creo que ahora toda la fuerza me vino del Señor. Un día el Obispo Leopoldo González nos visitó, celebró una Misa con nosotros y mi fe se afianzó. Él nos dijo esa vez: “Ustedes se preguntarán: ¿dónde estaba Dios cuando a nuestros hijos los estaban asesinando? Pues estaba dentro de sus hijos, porque Él fue la primera víctima”.
A mí no me queda duda de que Él estaba en mi hijo; de otra manera no habría podido soportar tanto dolor. Y tengo prueba de que lo soportó: yo, como su madre, conocía todos sus gestos, y en la foto del periódico le vi fortaleza, como si estuviera diciendo: ‘Hagan lo que tengan que hacer, yo confío en Dios, y sé que voy a resucitar’.
Hoy en día estoy tranquila, porque sé que algún día me encontraré con los dos allá en el cielo.
Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión, y no necesariamente representa el punto de vista de Desde la fe.
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