Se ganó el apodo por la agresividad que mostraba cuando alguien intentaba llevarse las guayabas que crecían en un árbol frente a su casa.
Cada octubre era lo mismo. Si algún despistado las tomaba, don Enojón salía como loco gritando que dejaran sus guayabas.
Las frutas maduras caían al pavimento y las aplastaban los autos, pero aquellos que habían sido agredidos por los gritos ya no tenían interés en tomarlas.
Unas cuantas frutas tenían la suerte de ser cosechadas por quien pasaba sin saber la historia y corrían con la suerte que el vigilante estuviera ocupado en algo más.
¡Qué pena ver el desperdició de fruta! Pero más lo era ser objeto de los gritos del desagradable sujeto. Por eso la calle terminaba llena de guayabas aplastadas.
Alguien, de entre los vecinos, llegó a proponer que lo denunciaran, pues ultimadamente el árbol estaba en la banqueta y ésta es propiedad pública. Pero nadie se animó a hacerlo, y todos siguieron comprando las guayabas en el mercado.
Cuántos habrá como don Enojón, desperdiciando sus dones sin dar fruto, prefiriendo que se pudran en lugar de que sirvan. Así como el árbol estaba en la vía pública, nuestros dones están bajo nuestra responsabilidad, pero no son del todo nuestros. Se nos han dado gratuitamente para el servicio.
El enojón podría colocar un letrero que dijera: “Vecino, toma las que gustes”, creando así simpatía en lugar de antipatía. Hagamos eso con nuestros dones, pongámoslos al servicio de los demás, para hacer amigos que nos reciban en el Cielo.
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