Columna invitada

Discurso contra migrantes, no hay palabras inocentes

Leía en una nota de un periódico dominicano, la cual afirmaba que el gobierno de ese país sería duro contra “el tráfico ilegal de migrantes ilegales”.

Me parece que se puede hacer una reflexión importante de esa declaración. Platón escribió una obra, hermosa y profunda, sobre el lenguaje: El Cratilo. El filósofo ateniense establece una disputa entre el fundamento y origen de los nombres, entre la naturaleza y la convención: ¿Las palabras designan con exactitud a los objetos que las portan naturalmente? ¿O llegamos convencionalmente a esos nombres? El debate, como en todos los diálogos de Platón, queda abierto.

En el mundo post industrial, podríamos agregar una tercera vía de fundamentación para las palabras: la que las hace portadoras de la intencionalidad de dominación. En efecto, las palabras y su designación tienen un propósito que muchas veces escapa a la conciencia de quien emite esas palabras.

En el caso del funcionario dominicano, las palabras “migrantes ilegales” tienen su origen no en el convencionalismo ni en la propia naturaleza del nombre. Tienen su origen en el ejercicio de poder que selecciona, excluye, discrimina y mata. El lenguaje y las narrativas también son un dispositivo de poder.

Ninguna persona es ilegal. Llamarlos “ilegales”, obedece a una narrativa de poder del gobierno de los Estados Unidos, en cuyo sistema jurídico una persona migrante, incluso solicitante de asilo, comete un delito al entrar de manera irregular a ese país.

En el fondo estas medidas están motivadas por el racismo, otro mecanismo fundamental de poder. Para Foucault, prácticamente no hay funcionamiento del Estado que no pase por el racismo.

Estas narrativas van determinando quién cruza o no fronteras, qué tipo de movilidad tienen los más pobres o más vulnerables, y en el fondo, según el filósofo Achille Mbembe, quién vive y quién muere. Pero todavía más, determina, prepara y ejecuta la forma de morir de personas vulnerables en movilidad.

Como sean las cosas, no hay palabras inocentes.

Gerardo Cruz González

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