Recibo constantemente mensajes de personas que se dicen católicas pero que abominan del Papa Francisco. Desde el insulto hasta la sede vacante, estos caudillos de la nostalgia de un papado con ejércitos lo que hacen es burlarse del Espíritu Santo. Y, me parece a mí, que lejos de contribuir a la unidad de la Iglesia, empujan, con talento y terquedad, a la dispersión y a la división.
No se da lo que hacen porque no se dan cuenta de lo que deshacen. Les cae mal que un Papa se siente a hablar con los jóvenes increyentes, con los líderes de los musulmanes, con los migrantes y con los presidentes socialistas. Pero ¿qué hacía Jesús? Los fariseos lo criticaban por comer con publicanos y prostitutas. Me da la impresión de que lo que no soportan estos personajes es que Francisco hable tanto de la misericordia y tan poco de las “buenas conciencias”.
Desde luego, el Papa no necesita defensa alguna. Su elección no fue fruto de intereses oscuros (que sin duda habitan en algunos cardenales trepadores). Es la elección del Espíritu Santo. Si los negacionistas continúan dando guerra, lo único que están haciendo (ya veo venir la andanada de correos electrónicos) es cultivar su campo con los cardos del rencor. Pero, como dice la directora y fundadora de El Observador, Maité Urquiza, Francisco nos está conduciendo al cambio de época. Nuevos lenguajes, una sola fe.
Jaime Septién
Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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