Lo que estamos experimentando con la pandemia nos obliga a ver más allá de lo visible: el crecimiento de infectados por el COVID-19, las consecuencias económicas, el estado del sistema de salud, el aumento de muertes ocasionadas por las complicaciones del coronavirus, entre otros aspectos.
Uno de los temas que recobra importancia en este escenario es lo que ocurre con los cuidados paliativos, entendidos como el cuidado activo y total de las enfermedades que no tienen respuesta a tratamientos curativos, siendo su objetivo conseguir la mejor calidad de vida posible para los pacientes y sus familias.
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¿Por qué es necesario hablar de estos cuidados? Porque hoy más que nunca es relevante enfatizar en la atención amorosa, compasiva y dedicada que deben recibir los enfermos con padecimientos terminales y sus familiares, en momentos de extrema precaución.
Los cuidados paliativos no aceleran ni retrasan el curso de la enfermedad, solo disminuyen los síntomas dolorosos y dan apoyo en aspectos físicos, psicológicos, familiares, espirituales y sociales. En sí, abarcan cuatro dimensiones:a) atención de paciente/familia; b) manejo de calidad de vida del paciente; c) control de síntomas y d) duelo.
Hay que recordar que este tiempo delicado y excepcional exige extremar las medidas para evitar contagiar de COVID-19 a los sectores más vulnerables, como el integrado por aquellos cuyas enfermedades no tienen cura, pero que merecen tener una mejor calidad de vida hasta el último momento, salvaguardando su dignidad y sus derechos humanos.
En este sentido —sobre los tres primeros incisos— además de las atenciones esenciales, es fundamental que como cuidadores tomemos las medidas de higiene más meticulosas que eviten un posible contagio. Pero también es básico proveer apoyo espiritual.
Según la Guía de manejo integral de cuidados paliativos, editada por el Consejo de Salubridad General (csg), Early Institute y el Instituto Nacional de Cancerología, en 2018: “La espiritualidad, en particular la dimensión de la fe, puede ser un componente importante en el bienestar y calidad de vida del paciente en etapa terminal. […] La espiritualidad es el conjunto de pensamientos, valores, conceptos, ideas, ritos y actitudes a través de los cuales articulamos nuestra vida y buscamos el sentido, el propósito y la trascendencia de la vida impulsados por nuestro espíritu”.
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En cuanto al duelo —en este tiempo de pandemia— se debe ser cauteloso. Si con la preparación para esta fase, el dolor por la pérdida de un ser querido es difícil, lo es más cuando nuestro familiar podría ser aislado por haber contraído el COVID-19, o bien, por no hacer una despedida social ante el confinamiento, como nos hubiera gustado.
Si esos fueran los casos, evitemos buscar culpables ya que no podemos cambiar la situación. Confiemos en que nuestro ser querido no se sintió abandonado en ningún instante y que los equipos de profesionales lo han cuidado de la mejor manera posible. De igual modo, este trance no debe ser motivo para vivirlo en soledad, ya que, de ser posible, se puede hacer uso de la tecnología que nos permite estrechar lazos a través de llamadas y videollamadas; es indispensable hablar sobre nuestras emociones y expresar el dolor. Dejemos que salga, llorar, buscar consuelo y gritar al cielo es muchas veces necesario.
Sobre todo, sepamos que contamos con los recursos para afrontar un asunto de esta magnitud, que puede causarnos desaliento y un profundo vacío existencial. Por ello, fortalezcamos nuestra esperanza y tengamos la certeza de que estamos actuando responsablemente, con pleno amor y conciencia para que —en cuanto se pueda— los abrazos venideros nos reconforten y vivamos un proceso de duelo adecuado.
*La autora es directora de Early Institute
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