El estereotipo de una santa se relaciona, generalmente, con ideas de abnegación, sacrificio y sumisión. En efecto, la obediencia es un sello distintivo de las mujeres que han alcanzado la santidad, sin embargo, es importante entenderlas desde una distinción: el conformismo (hacerse a la forma) con la voluntad de Dios, no es sinónimo de mediocridad y/o resignación.
Las hoy proclamadas Doctoras de la Iglesia son el ejemplo perfecto de lo anterior, pues a pesar del contexto hostil en el que se desarrollaron, lograron mantenerse firmes en su fe y no sólo eso, sino que también se destacaron por crear obras que han trascendido el paso del tiempo como un legado invaluable para el fortalecimiento de la fe católica y su doctrina.
Si tuviera la fortuna de sentarme a tomar un café con alguna de estas cuatro extraordinarias mujeres (o ya pidiendo demasiado con las cuatro al mismo tiempo), quizá acompañándolo con esas famosas “galletas de la alegría” de Santa Hildegarda de Bingen, seguramente les preguntaría qué podría hacer yo para no perder la amistad con Jesús.
Sin embargo, puedo sentirme muy agradecida por este artículo que me llevó a conocer más de la historia que las hizo merecedoras del honor de convertirse en Doctoras y algunas de sus frases que sin duda dejan una semilla de fe y esperanza en nuestro corazón.
1. Santa Hildegarda de Bingen. Las respuestas están dentro de nosotros.
“No podemos vivir en un mundo que es interpretado para nosotros por otras personas. Un mundo interpretado no es una esperanza. Parte de nuestro miedo es recuperar nuestra propia habilidad para escuchar. Para usar nuestra propia voz. Para ver nuestra propia luz”.
Cuanto se extraña el criterio propio en un mundo en el que las masas han cobrado tanta fuerza, en el que se defiende una libertad completamente divorciada de la responsabilidad.
¿Cuántas veces no apagamos nuestra luz y callamos nuestra voz para dejar que brillen ideas ajenas a las nuestras y se escuchen voces contrarias a lo que realmente queremos expresar?
2. Santa Catalina de Siena. Respetar las diferencias no es sinónimo de callar tus creencias.
“¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!”
El miedo a ser rechazados, criticados y excluidos del mundo y sus modas, por el simple hecho de tener la mirada puesta en Dios y en su reino, no puede seguir siendo la causa principal de censura ante lo que somos y buscamos. A corto plazo ganaremos popularidad y aceptación, pero ¿de qué nos servirá si perdemos lo más importante?
3. Santa Teresa de Ávila. La confianza en Dios es nuestra verdadera fortaleza.
“Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta.”
Qué fácil es caer en desesperación cuando perdemos el control de las situaciones. Cuando la vida nos ubica y nos recuerda lo pequeños y vulnerables que somos ante la grandeza de la voluntad de Dios.
Los ideales de confianza y autosuficiencia pueden convertirse en una trampa cuando no entendemos que antes que nuestras capacidades está la gracia de Dios y los dones que nos ha brindado.
No caigas en la trampa de la autosuficiencia y la confianza excesiva en ti, mejor deja que la fe y la confianza en Dios sean el trampolín que te ayude a salir de los momentos más obscuros de tu vida.
4. Santa Teresita del Niño Jesús. El amor es el único camino.
“Comprendí que, sin el amor, todas las obras son nada, aun las más brillantes”.
Vivimos en un mundo orientado a los resultados, pero en el que poco se profundiza sobre la rectitud en las intenciones. Un tiempo en el que el hombre ha llegado a su “mejor versión” en muchos sentidos (la ciencia, la tecnología, el arte, el deporte, etc.) y, sin embargo, es hoy cuando experimenta el mayor de los sinsentidos (el vacío existencial).
La forma de concebir las cosas ha llegado a límites extraordinarios e inimaginables, sin embargo, hemos dejado atrás la esencia del ser humano, valores como el amor y la verdad. Hemos perdido el rumbo y el verdadero sentido de nuestra existencia, olvidándonos del mandato más importante que Jesús nos vino a enseñar con su vida y con su muerte: “ámense los unos a los otros como yo los he amado”.
Cuatro lecciones de mujeres fuertes, valientes y asertivas. La riqueza de sus obras se encuentra en la gracia y la sabiduría que Dios les dio, y sus frutos no tienen exclusividad de género o edad, sino que van dirigidos a todos aquellos que estén abiertos a amar y seguir la voluntad de Dios, de la misma manera que ellas lo hicieron.
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