Es frecuente que culpemos a los demás de muchas cosas que nos parecen incorrectas, y que no asumamos nuestra propia responsabilidad. Culpamos al gobierno por la violencia incontrolable, por las extorsiones que parecen no tener freno, por la ola de asesinatos y desapariciones, por la impunidad de quienes dañan a la sociedad, pero no caemos en la cuenta de la violencia, física o verbal, que ejercemos contra los miembros de nuestra propia familia, contra nuestros vecinos, contra los trabajadores que dependen de nosotros. Hay muchos padres de familia que son culpables de la deficiente educación de sus hijos, que se separan sin importarles los daños que les ocasionan. Adolescentes y jóvenes se enrolan con grupos delincuentes, por falta de un hogar bien integrado.
A diario escuchamos culpar a gobiernos anteriores de todos los males del país, sin la humildad y valentía suficientes para asumir los propios errores. El esposo se queja de su esposa porque ya no es tierna y amorosa como antes, sin reconocer que ella ha cambiado porque él con frecuencia se pasa de copas y la hace sufrir por diversos motivos. La esposa se queja de que su marido llega tarde a casa porque prefiere andar con sus amigotes, sin darse cuenta de que ella sólo le reclama cuando llega y sólo le exige más dinero, provocando que no se sienta contento en su propio hogar. Lo mismo pasa con maestros que sólo se quejan de que sus alumnos no les ponen atención, sin reconocer que eso pasa porque no preparan bien sus clases y no se esmeran por mejorar su pedagogía y su didáctica. Nos quejamos de que las calles están llenas de basura y las carreteras llenas de baches, sin tomar la iniciativa de organizarnos como sociedad civil para remediar esos y otros males.
Al interior de la comunidad eclesial, sucede algo semejante. Los obispos podemos criticar a sacerdotes, religiosas y laicos, y al revés, sin esforzarnos cada quien por nuestra propia conversión. Se escuchan fuertes reclamos y ofensas a la jerarquía eclesiástica por los casos de pederastia clerical, sin reconocer que la liberalidad en las costumbres y la decadencia moral en la sociedad ha facilitado el poco respeto a la dignidad de los pequeños y vulnerables. La pornografía exacerbada que llega a todos y por todas partes, y que es defendida como una conquista de la modernidad, ha degradado las conciencias y el ambiente, considerando libertad lo que es libertinaje.
La primera palabra de Jesús, en la versión del evangelista Marcos, es: “Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Convertirnos es cambiar de vida, cambiar lo que está torcido, equivocado, pecaminoso, lo que es contrario a los caminos de vida que nos propone Dios. Y esta Cuaresma es un tiempo propicio para hacer un examen de conciencia y con toda humildad reconocer nuestros errores, para esforzarnos en un cambio de vida.
Jesús nos hace esta invitación a la conversión personal: “Se presentaron algunos ante Jesús para informarle de que Pilato había asesinado a algunos galileos y mezclado su sangre con los sacrificios que ofrecían. Jesús les respondió: ¿Piensan que esto les sucedió a esos galileos porque eran más pecadores que todos los demás? Les aseguro que no, pero, si ustedes no se convierten, entonces morirán de manera semejante. ¿Y piensan que aquellos dieciocho hombres que murieron cuando cayó sobre ellos la torre de Siloé eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, pero si ustedes no se convierten, morirán como ellos” (Lc 13,1-5).
El Papa Francisco, en su alocución antes del Angelus del domingo pasado, expresó: “El riesgo que corremos, dice el Señor, es el de concentrarnos en mirar la brizna de paja en el ojo del hermano sin darnos cuenta de la viga que hay en el nuestro (cfr. Lc 6,41). En otras palabras, estamos muy atentos a los defectos de los demás, incluso a los que son pequeños como una brizna de paja, e ignoramos serenamente los nuestros otorgándoles poco peso. Es verdad lo que dice Jesús: encontramos siempre motivos para culpabilizar a los demás y justificarnos a nosotros mismos. Y muchas veces nos quejamos de las cosas que no funcionan en nuestra sociedad, en la Iglesia, en el mundo, sin cuestionarnos antes a nosotros mismos y sin comprometernos en primer lugar a cambiar. Todo cambio fecundo, positivo, debe comenzar por nosotros mismos; de lo contrario, no habrá cambio. Pero Jesús explica que haciendo esto nuestra mirada es ciega. Y si estamos ciegos no podemos pretender ser guías y maestros para los demás: de hecho, un ciego no puede guiar a otro ciego, dice el Señor.
El Señor nos invita a limpiar nuestra mirada. Limpiar nuestra mirada. En primer lugar, nos pide que miremos nuestro interior para reconocer nuestras miserias. Porque si no somos capaces de ver nuestros defectos, tenderemos siempre a exagerar los de los demás. En cambio, si reconocemos nuestros errores y nuestras miserias, se abre para nosotros la puerta de la misericordia. Y, después de que hayamos mirado nuestro interior, Jesús nos invita a mirar a los demás como lo hace Él -este es el secreto: mirar a los demás como lo hace Él-, que no ve antes que nada el mal sino el bien. Dios nos mira así: no ve en nosotros errores irremediables, sino que ve hijos que se equivocan. El punto de vista cambia: no se concentra en los errores, sino en los hijos que se equivocan. Dios distingue siempre la persona de sus errores. Salva siempre la persona. Cree siempre en la persona y está siempre dispuesto a perdonar los errores. Sabemos que Dios perdona siempre. Y nos invita a hacer lo mismo: a no buscar en los demás el mal, sino el bien” (27-II-2022).
La Cuaresma, que iniciamos con el Miércoles de Ceniza, es una buena oportunidad para examinarnos personalmente y reconocer nuestras fallas, pidiendo a Dios la gracia de una conversión de corazón, y así nuestra familia, el país y el mundo sean mejores. La paz en el mundo empieza por la armonía familiar. Oremos y ayunemos por la paz en Ucrania.
Y como nos dice el Papa: “La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de mentalidad, para que la verdad y la belleza de nuestra vida no radiquen tanto en el poseer cuanto en el dar, no estén tanto en el acumular cuanto en sembrar el bien y compartir… En este tiempo de conversión, apoyándonos en la gracia de Dios y en la comunión de la Iglesia, no nos cansemos de sembrar el bien” (Mensaje para la Cuaresma 2022).
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