Empezamos la Cuaresma, tiempo preponderante de penitencia y conversión, como predisposición para la Pascua. Pero, ¿qué tan bien hacemos estas prácticas?
Leemos en el capítulo 58 de Isaías: “Este es el ayuno que quiero preferentemente…”. Quizás nunca nos hemos preguntado en serio cuáles son las mortificaciones que prefiere el Señor. Y, sin embargo Isaías nos ofrece sugerencias muy precisas.
No todas las prácticas penitenciales son agradables a Dios.
No podemos hacernos ilusiones de que cualquier mortificación sea bien vista en el cielo.
Ni podremos salir del paso con la excusa de que todo se hace por él. Y lo esencial es demostrarle nuestro amor. También en este campo nuestro amor al Señor debe manifestarse en un amor concreto hacia aquellos que son sus predilectos: los pobres, los que sufren, los marginados. Por eso las mortificaciones más aptas para expresar nuestro amor son aquellas de que pueden beneficiarse los otros, de manera especial los débiles, los excluidos.
Nuestras privaciones voluntarias atraen la benevolencia de Dios, si no quedan en simples privaciones; es decir, que se concretan en la dedicación y el servicio a los demás.
Los otros son los que deben gozar del fruto de nuestros sacrificios, y consiguientemente verificar su autenticidad. De lo contrario, el que se mortifica repite el gesto triste del avaro que atesora sus propios «méritos». Es en este sentido que nuestro ayuno vale en cuanto alguien se beneficia de él.
En la vida de Moisés, tal como se refiere en la tradición rabínica, se lee este episodio singular.
En el desierto, Moisés encontró a un pastor. Después de haberle ayudado a ordeñar las cabras, se da cuenta de que aquel hombre, al caer la tarde, llena una escudilla de la mejor leche y va a colocarla sobre una piedra a poca distancia.
El pastor explica así su gesto, que repite puntualmente todas las tardes:
— Es la leche para Dios.
Y, ante la sorpresa de Moisés, precisa:
—Pongo siempre aparte la leche mejor y la ofrezco a Dios.
—¿Y viene Dios a beberla? —pregunta con ironía Moisés.
— Sí —responde con seguridad aquel pastor de fe ingenua.
— Mira, estás en un error, explica con paciencia Moisés. Dios es espíritu puro. No tiene cuerpo. Por tanto no puede beber la leche.
El otro quedó preocupado con aquella explicación.
Para disipar las últimas dudas del alumno, Moisés le propuso lo siguiente:
—¿No estás convencido? Entonces, tienes que hacer esto.
Esta tarde, escóndete tras aquel matorral y observa si Dios viene a beber la leche.
El otro aceptó la propuesta. Cuando oscureció, el pastor fue a ocultarse tras su escondite y montó la guardia. En un momento dado llega del desierto, trotando, un zorro. Es desconfiado. Mira alrededor. Una vez seguro de que no hay nadie por allí, se acerca a la escudilla de la leche y la vacía en pocos sorbos. Y se aleja a toda velocidad.
— Tenías razón —dice desconsolado el pastor cuando al día siguiente encontró a Moisés—, Dios es espíritu puro y no sabe qué hacer con la leche…
— Deberías estar contento —le anima Moisés— ahora que sabes algo más acerca de Dios y te has librado de la ignorancia.
—Es verdad… Pero ahora —le replica el pastor—… me ha sido arrebatada la única ocasión que yo tenía de demostrarle mi amor.
Durante la noche, el Señor reprendió a Moisés duramente:
—Te has equivocado. Es verdad que soy espíritu puro. Pero también es verdad que aceptaba con mucho gusto la leche que me ofrecía el pastor como una prueba de su amor. Y… como no tenía necesidad de la leche, la compartía con el zorro que ciertamente es muy goloso.
Intenta reflexionar.
¿Estás seguro de que tus mortificaciones son agradables a Dios? ¿Por qué? ¿A quién son útiles tus mortificaciones? ¿Se traducen en un acto de amor, no sólo hacia Dios sino también hacia el prójimo ?
¿La penitencia hace crecer en ti, además del amor a Dios (difícil de medir), el amor a los demás (fácil de comprobar en términos concretos)?
Así pues, el anciano, el enfermo, el niño a los que hoy te acerques caerán en la cuenta de tu mortificación, porque recibirán de ti un suplemento de alegría y de comprensión.
Solamente si el pobre se siente más amado, el Señor podrá creer en el amor que quieres demostrarle con tus mortificaciones.
Sólo si el prójimo recibe más amor, tus privaciones no habrán sido inútiles, y no habrán servido únicamente para alimentar tu orgullo espiritual.
El padre Ángel Luis Lorente es Vicario de Laicos de la Arquidiócesis de México y Asistente Espiritual de ACN-México
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