Los días van pasando mientras debemos permanecer en casa para evitar que se eleve el número de contagiados por coronavirus. Para muchos, el “encierro” se ha convertido en una oportunidad de convivencia en familia que despierta además de la creatividad, una serie de valores como la tolerancia y la generosidad para hacer más llevadera y fructífera esta obligatoria cuarentena.
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Pero no podemos pasar por alto que otras tantas familias enfrentan realidades muy diferentes porque sus condiciones no son las más óptimas y la convivencia permanente y prolongada a que están obligados, deteriora y dificulta las relaciones familiares.
También es cierto que el temor al contagio, las noticias alarmantes, la incertidumbre laboral o pérdida del trabajo y la situación económica son, en muchos casos, una carga más al aislamiento forzoso, creando tal preocupación en los responsables del hogar, que aún sin desearlo propician un clima de tensión e incertidumbre.
Tampoco debemos ignorar que México tiene uno de los mayores índices de violencia intrafamiliar y, por lo tanto, muchas mujeres y niños se encuentran en una agravada situación de riesgo al convivir durante veinticuatro horas con su agresor.
La realidad es que muchas personas, muchas familias no la estaban pasando bien desde antes del coronavirus, pero nuestro estilo de vida egoísta y acelerado no nos permitían ver más allá de nuestros propios parámetros y nuestras propias “necesidades”.
Este “alto” inesperado nos hace descubrir lo que es realmente importante y lo que no lo es, salir de nosotros mismos para hacer más agradable la vida de quienes queremos, nos conduce a desarrollar la resiliencia para adaptarnos positivamente a esta situación adversa; pero si queremos como cristianos dar un paso más allá, podemos aliviar, aunque sea un poco, el dolor de otros y salir a las periferias como tanto nos ha insistido Su Santidad el Papa Francisco.
Indudablemente esta Semana Santa es única para todos los católicos, acostumbrados a vivir al cobijo de nuestros pastores, a la comodidad de un Templo siempre abierto, a la disponibilidad de los sacramentos. Ahora, podemos convertirnos en misioneros desde nuestras casas y hacer llegar un poco de alivio a las familias que sufren, siguiendo algunos de estos consejos:
Algunos síntomas de la violencia son la depresión, la ansiedad, el miedo, la baja autoestima, el aislamiento y el silencio; quien la vive está en una situación de confusión y sometimiento, y no son suficientes las palabras de aliento y de comprensión, pues requiere de ayuda profesional especializada. Ante cualquiera de estas señales, nuestra intervención es vital para tener una actitud empática y acercarles a los medios profesionales de ayuda
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Esta Semana Santa tan diferente, sigue siendo una semana de Misiones, que nos da la oportunidad de ser El Cirineo de Jesús que se nos presenta en nuestros hermanos que sufren y nos dan la oportunidad de salir de nosotros mismos.
“ Que los demás sean mejores que yo después que yo sea todo lo bueno que tengo que ser”, San Estanislao de Koska.
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