Columna invitada

Conversión del corazón a favor de la mujer y de la vida

El domingo 3 de octubre de 2021 comenzó como un día ordinario. Recuerdo que estaba un poco fresca la mañana, muy agradable para salir a caminar por Paseo de la Reforma. Había ciclistas y otras personas haciendo ejercicio. Avancé desde la glorieta del antiguo monumento a Colón hacia el Ángel de la Independencia. Al llegar ahí había un grupo grande de personas que estaba montando un enorme escenario. Aún no se veía para qué evento, pero se notaba que iba a ser un evento con mucha gente por el sonido que estaban instalando. Era para la marcha.

A medida que me fui acercando al Auditorio Nacional noté que se incrementaba el movimiento de gente. Había ya vendedores ambulantes. Muchos. Y que pasaban numerosos autobuses con personas con camisas y suéteres blancos, así como pañuelos azules. Se acercó a mí una vendedora: “Llévese su pañuelo -me dijo- se lo dejo barato”. Tomé uno: “A Favor de la Mujer y de la Vida” se podía leer. La voltee a ver, y le dije que me llevaría ese pañuelo. Quería tener un recuerdo de cómo la marcha había atraído hasta a los mercaderes ambulantes. Quería recordar para siempre lo que empezaría a vivir en las siguientes horas. Al llegar al Auditorio Nacional ya era difícil caminar entre la multitud. Eran miles y miles. De hecho, recibí algunos testimonios que me decían que cuando la marcha ya estaba terminando algunos contingentes apenas comenzaban a marchar.

La marcha ‘A favor de la mujer y de la vida’ se realizó este 3 de octubre. En la foto, la marcha de la CDMX. Foto: Alejandro García/Desde la fe.

Describir con palabras la marcha sería imposible. Hay experiencias que no se pueden poner en unos caracteres. Hay imágenes, sonidos, sensaciones, que llenan el corazón y dejan una huella imborrable. Pienso, por ejemplo, en un niño que iba en el grupo delantero del contingente y que nunca se cansó de gritar y echar porras. Pienso en los obispos que iban entre la gente. Pienso en las religiosas que se subían a la base de los postes de luz para poder tomar una foto. Pienso en que cada sonrisa se podría multiplicar por cientos de miles más en otras tantas caras de felicidad.

Para mí la Marcha A Favor de la Mujer y de la Vida marcó un antes y un después. Ante todo, porque me enseñó a cambiar la “o” por la “y”. Hasta ese día viví en un mundo donde por un lado estaban los provida y por el otro lado las feministas. Era un mundo donde tenías que escoger: o la mujer o la vida de su hijo. Y la marcha lo cambió para siempre. Nos enseñó que es posible estar a favor de la mujer y de la vida. Eso es algo que se debe hacer realidad cada día, en nuestras palabras y obras. Tenemos que asumir una actitud renovada en la defensa y protección de la dignidad humana, y debe ser real nuestro compromiso en favor de la mujer en toda edad y circunstancia, santuario donde es gestada la vida de cada hijo, al mismo tiempo que estamos comprometidos a favor de cada hijo o hija en el vientre de su madre.

Marcha por la mujer y la vida

Este cambio de actitud en la defensa de la dignidad humana es fruto de una visión cristiana de la sociedad. Las personas y organizaciones que atienden a mujeres embarazadas que piensan abortar comentan que muchas de ellas lo hacen por presiones sociales o por miedo. En ocasiones son los papás los que las llevan a pensar en el aborto. Las orillan a pensar que solo es opción el aborto para evitar ser señaladas. Se podrían salvar muchas vidas inocentes, y mantener el corazón entero de muchas mujeres que dejarían de abortar, si aprendemos a abrazar por igual a la mujer y al hijo en gestación. Quizá a veces protegemos la vida del hijo de una manera contraproducente. No solo es preciso defenderlo a él -que sí se debe hacer- sino que también es preciso hacer visible el amor y la comprensión ante la mujer que queda embarazada y que se siente empujada a considerar el aborto.

Como dijeron los obispos en su comunicado “A Favor de la Mujer y de la Vida”: “Con dolor y consternación, consideramos que es imprescindible que todos los actores sociales –fuera de un clima de polarización ideológica y sin apegos a posiciones políticas– nos involucremos en una nueva y profunda reflexión que nos permita encontrar un camino común de solución a un problema multidimensional y multifactorial como el que nos ocupa”.

Para mí la marcha no solo fue un día. Fue un cambio de vida. Aprendí a amar de otra forma distinta. Y me siento feliz por ello.

*El autor fue el Coordinador general de la marcha “A Favor de la Mujer y de la Vida”, y es miembro del Equipo Nacional de Animación de Pastoral de Vida, de Dimensión Episcopal de Vida la CEM. Es director de la organización ConParticipación.

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

Marcial Padilla González

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