Jaime Septién
Ante el desbarajuste en que se ha convertido la Secretaría de Educación Pública y ante la embestida de la ideología en los libros de texto (que nunca fueron una herramienta loable, pero que, con la propuesta de la actual administración se convertirían en una amenaza) los maestros, sobre todo los maestros católicos de México se van a ver en un aprieto, lo mismo que los padres de familia.
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Adelanto dos sugerencias que tienen la misma raíz. Y ésta proviene de una frase del obispo brasileño Helder Cámara: “Quizá sea tu vida el único Evangelio que puedan leer muchos”. Podemos batallar –y seguramente lo vamos a hacer—para echar atrás los contenidos que se anuncian como parte de la “nueva educación”. Pero la mejor batalla es la de asumir, de una vez por todas, que el testimonio en casa y en el aula, el testimonio del respeto a los valores cristianos, fundamento de nuestra cultura, va a ser la única herramienta para derribar el muro ideológico que se quiere organizar para que la educación sea cosa de adoctrinamiento.
Ojo, no se trata de volver a lo que había. De lo que se trata –es una recomendación— es de dotar a los niños, a los jóvenes, de la capacidad de operar por sí mismos, al margen de las imposturas y los caprichos de unos cuantos que se erigen como “los verdaderos intérpretes” de la realidad. La familia es antes que la nación; los valores humanos antes que la Patria, la persona antes que el Estado. Dios antes que los políticos. Y eso se puede enseñar con el ejemplo. Solo con el ejemplo en el salón de clases y en el hogar.
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