Se acerca la Navidad y los centros comerciales están a reventar. Los aguinaldos están siendo repartidos a los trabajadores y muchas personas traen más dinero en la bolsa que en otra época del año. Gastar, consumir y disfrutar en diciembre con fiestas y posadas, se ha vuelto parte de nuestra manera de vivir el último mes del año.
Las pautas de consumo han cambiado mucho en las últimas décadas. Cuando yo era niño muchos padres de familia regalaban a sus hijos en Navidad regalos iguales: muñecas iguales para las niñas, chamarras iguales para los niños. La producción era industrial y no había mucho espacio para la creatividad en el diseño de los productos.
Hoy se ha alcanzado niveles muy altos de innovación comercial y tecnológica, con la diferencia de que aquellos productos de los años 60 y 70 duraban entre cinco y siete años, mientras que hoy, muchos de ellos, duran un año y medio. Las viejas televisiones de caja, por ejemplo, duraban hasta 20 años. Hoy los nuevos modelos deben reemplazarse aproximadamente cada seis años. Sin duda los artefactos tienen un ciclo de vida mucho más corto que antes.
Los artículos electrónicos como son los teléfonos celulares serán el regalo de esta Navidad para muchas personas. Agustín Laje, en su libro “La batalla cultural”, observa que las nuevas tecnologías de la comunicación y la información se han extendido de manera masiva y se han convertido en artículos vitales para la gente. Ello ha alterado nuestra manera de concebir el tiempo. Lo importante es el instante, el momento presente, en desconexión con otros momentos. Se desprecia el pasado y al futuro se le mira con indiferencia. “Disfruta el momento”, es hoy un eslogan.
Nuestra relación con el espacio también se altera. Hace unos días observaba a una familia en un restaurante en donde todos estaban sentados a la mesa, sin comunicarse entre ellos mientras cada uno permanecía absorto consultando sus redes sociales. ¿En qué mundo estaba cada uno?
Comprar regalos concretos de Navidad parece cada vez más obsoleto. Años antes recibíamos una camisa, un perfume o un cinturón y quedábamos contentos. Hoy el consumo ha cambiado su lógica y todo se ha vuelto muy personal. Queremos diseñar lo que nos gusta: listas de reproducción de música, compras virtuales desde el móvil, paquetes turísticos diseñados por el cliente, escoger un libro. Hoy regalar a alguien lo que creemos que le va a gustar tiene el alto riesgo de que a la persona no le agrade, nunca lo utilice o lo regale más adelante. Por eso muchas personas prefieren regalar dinero en efectivo o tarjetas de regalo de alguna tienda de comercio.
En medio del ambiente comercial que nos rodea –disparado más que nunca en esta época del año– quienes creemos en Cristo hemos de aceptar, en primer lugar, que la actividad comercial con creatividad es necesaria para el desarrollo. Así lo enseña la Iglesia: “Hoy más que nunca, para hacer frente al aumento de población y responder a las aspiraciones más amplias del género humano, se tiende con razón al aumento en la producción agrícola e industrial y en la prestación de servicios. Por ello hay que favorecer el progreso técnico, el espíritu de innovación, el afán por crear y ampliar nuevas empresas, la adaptación de los métodos productivos, el esfuerzo sostenido de cuantos participan en la producción; en una palabra, todo cuanto pueda contribuir a dicho progreso” (Gaudium et spes 64).
Sin embargo es importante ver los desequilibrios económicos en el comercio y actuar con caridad a la hora de consumir. ¿Por qué regateamos fácilmente a un indígena que vende sus productos y no lo hacemos a las grandes cadenas comerciales? Procuremos en esta época decembrina comprar también a los comerciantes menos favorecidos. Nos llama la caridad, que busca el bien de todo el Cuerpo Místico: “Lo que hiciste con uno de esos pequeños hermanos míos, a mí me lo hiciste”, dice Jesús (Mt 25,40).
Aunque vivimos en un mundo material, lo más importante para un católico es ser consciente de que la felicidad no viene de la materia, sino que tiene su fuente y origen en Dios. Muchos niños que recibirán juguetes o regalos en Navidad, pronto se aburrirán de ellos y los arrumbarán. El corazón del hombre fue diseñado para vivir en comunión de amor con Dios y con sus hermanos. Por eso muchos nos sustraemos del ambiente comercial que vive el mundo y procuramos buscar el silencio de la oración en las iglesias, la lectura de la Palabra divina en el Adviento y la reconciliación con Dios a través de una buena confesión.
Los maestros de vida espiritual nos recuerdan que, para crecer en las virtudes, es necesario aprender a utilizar sobriamente los bienes materiales. San Ignacio de Loyola aconseja, en sus Ejercicios Espirituales, la norma del “tanto cuanto”, es decir, aprender a usar los bienes del mundo en tanto cuanto nos acerquen a Dios, o a rechazarlos en tanto cuanto nos alejen de Dios y de la salvación eterna.
* Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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