“Herir a una mujer es ultrajar a Dios, que tomó la humanidad de una mujer, no de un ángel”, proclamó el Papa Francisco en su primera misa al arrancar el 2022, en la que cuestionó la violencia contra las mujeres.

Esas palabras deben mover a nuestra comunidad a trabajar por la igualdad y equidad y romper con estructuras que invisibilizan la violencia de género y favorecen la impunidad ante insultos, agresiones físicas, abusos sexuales o la expresión más grave de esas violencias, los feminicidios.

La Organización de las Naciones Unidades estima que una de cada tres mujeres en el mundo se ve afectada por algún tipo de violencia. En México, 70% de las mujeres de 15 años o más ha experimentado, al menos, una situación violenta a lo largo de su vida, según el INEGI.

En días recientes hemos sido testigos de dos eventos dramáticos y dolorosos que evidencian la peligrosa normalización de conductas que hacen sentir vulnerables a las mujeres.

Lidia Gabriela se sintió insegura al viajar en un taxi; el chofer había tomado otra ruta, pretendía cobrarle de más y se negó a parar y que la joven bajara. Ella se arrojó del vehículo en movimiento; falleció al golpearse en la cabeza.

Ariadna había salido a divertirse un domingo; al día siguiente la encontraron muerta en la carretera a Cuernavaca. La Fiscalía de Morelos consideró que la joven murió por broncoaspiración, pero la intervención de la Fiscalía de la Ciudad de México evitó la posible impunidad del feminicidio, al señalar que la causa de muerte fue un trauma múltiple consecuencia de diversas lesiones por golpes.

Los hechos reflejan un entorno en el cual las mujeres no solo corren riesgo, sino que, al ser víctimas de un delito, hay quienes no les hacen justicia y revictimizan.

En la construcción de entornos seguros tenemos avances, están la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia o la asistencia y ayuda a través de la línea SOS *765, en la que participan autoridades de la Ciudad de México y el Consejo Ciudadano.

Herramientas que han permitido, en la capital nacional, reducir hasta en 28% las muertes violentas de mujeres, atender a tiempo casos de riesgo feminicida o sacar del hogar a los agresores.

Cuando se piensa en la mujer, un católico no debe ignorar la liturgia del matrimonio: “El esposo debe reconocerla como compañera de igual dignidad y coheredera de la vida, de la gracia, respetarla debidamente y amarla siempre”.

Así evitaremos herirlas o que otros las lastimen.

 

Salvador Guerrero Chiprés

Coordinador del Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano de la Ciudad de México (C5 CDMX).

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