El reciente marco del Humanismo Mexicano que ha presentado la Presidenta de México, Dra. Claudia Sheinbaum Pardo, enumera diez principios que buscan promover a nuestra nación hacia un modelo más equitativo y justo. Estos principios, en su esencia, apuntan a la construcción de una sociedad más humana.
Sin embargo, en el contexto de una sociedad diversa culturalmente hablando, es pertinente considerar el aporte y legado de la Doctrina Social de la Iglesia Católica, que ha ofrecido durante siglos una visión ética centrada en la dignidad humana y el bien común. En este artículo, exploraremos cómo cada uno de los principios del Humanismo Mexicano puede dialogar y complementarse con los pilares fundamentales del magisterio de la Iglesia Católica.
El primer principio del Humanismo Mexicano plantea que la prosperidad debe llegar a todos. En la misma línea, la Doctrina Social de la Iglesia sostiene que la riqueza debe estar al servicio del bien común. La Iglesia enfatiza que el bienestar de unos pocos no puede prevalecer sobre las necesidades de los muchos. El principio de solidaridad que predica la Iglesia llama a una distribución justa de los recursos disponibles, asegurando que cada individuo tenga acceso a lo necesario para vivir dignamente. Este punto de encuentro subraya que la prosperidad no puede ser un fin en sí mismo, sino un medio para el desarrollo integral de todas las personas.
Este segundo principio apunta a una crítica directa a la desigualdad entre gobernantes y gobernados. La Doctrina Social de la Iglesia coincide en que los líderes deben actuar como servidores del pueblo, no como acumuladores de poder y riqueza. La Iglesia defiende el principio de subsidiariedad, que postula que las autoridades deben trabajar para el bienestar de los ciudadanos, particularmente de los más vulnerables. Aquí, ambas visiones convergen al entender que el poder debe estar al servicio de la justicia social y la equidad.
La ética en el liderazgo es un tema fundamental tanto para el Humanismo Mexicano como para la Iglesia. La Doctrina Social sostiene que los gobernantes deben ser responsables y transparentes, comprometidos con la verdad y la justicia. El liderazgo, según la enseñanza católica, no es un privilegio, sino una vocación al servicio del bien común. Este principio, entonces, se puede fortalecer al incluir la visión cristiana de un liderazgo basado en la humildad y la entrega al servicio de los demás.
La democracia como concepto participativo encuentra eco en la Doctrina Social, que promueve la participación activa de los ciudadanos en la vida política. La Iglesia enseña que la democracia es más que un sistema político; es un medio para asegurar que la dignidad de cada persona sea respetada y que sus derechos sean promovidos. Este principio puede mejorar al integrar el llamado de la Iglesia a una democracia participativa y responsable, donde los ciudadanos asuman un papel activo en la promoción del bien común, y no solo en el ejercicio del voto.
Este principio, aunque suena atractivo desde una perspectiva libertaria, se enfrenta a la contradicción lógica de prohibir lo que se supone no debe prohibirse. La Doctrina Social de la Iglesia ofrece una perspectiva equilibrada sobre la libertad: ésta debe ser ejercida con responsabilidad y dentro de un marco ético que promueva el bien común. La libertad no puede ser absoluta, ya que debe respetar la dignidad de los demás y las normas que protegen la convivencia social. El principio “Prohibido prohibir” podría reformularse bajo una ética que promueva la libertad ordenada y el respeto por el bien de la comunidad.
Este es uno de los puntos de mayor convergencia entre el Humanismo Mexicano y la Doctrina Social de la Iglesia. El Papa Francisco, en su encíclica Laudato Si’, ha destacado la urgencia de proteger la casa común. El desarrollo económico debe ser compatible con la sostenibilidad ambiental, asegurando que las futuras generaciones puedan disfrutar de los recursos naturales. Aquí, el diálogo es claro: tanto el humanismo mexicano como la Iglesia coinciden en que el desarrollo no puede estar desvinculado del respeto y cuidado del medio ambiente.
La igualdad es un valor compartido por ambas visiones, pero desde la perspectiva cristiana, esta igualdad debe estar anclada en el reconocimiento de la dignidad inherente de cada persona, creada a imagen de Dios. La justicia distributiva de la Iglesia no solo busca igualdad formal ante la ley, sino una equidad en el acceso a oportunidades y recursos para garantizar que todos puedan desarrollar sus talentos y vocaciones. Este principio puede enriquecerse al incluir la visión de que la igualdad no es solo una cuestión de derechos legales, sino de proporcionar las condiciones necesarias para una vida plena y digna para todos.
El respeto por la soberanía es un valor importante en la Doctrina Social, pero también lo es el principio de solidaridad internacional. México puede ejercer su soberanía de manera que promueva la justicia dentro de sus fronteras y también colabore con otros países para construir un mundo más justo y pacífico. La soberanía no debe ser una barrera para la cooperación internacional, sino una herramienta para contribuir al bien común global.
Este es un principio que, aunque de naturaleza emotiva preponderantemente, se conecta profundamente con la enseñanza de la Iglesia sobre la caridad en la política. El Papa Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in Veritate, subraya que el amor y la verdad deben estar en el centro de toda acción política. La política no puede ser un campo de batalla donde predominen el odio y la división, sino un espacio donde se busque el bien común con amor al prójimo y un sincero compromiso con la verdad y la justicia.
La Doctrina Social de la Iglesia condena firmemente cualquier forma de discriminación, ya que toda persona tiene una dignidad inherente que debe ser respetada. El principio de igualdad de dignidad se extiende a todas las formas de vida humana, sin importar su género, clase social o etnia. El diálogo entre el Humanismo Mexicano y la Iglesia puede enriquecer este principio al integrar una visión profunda de la igualdad radical de todos los seres humanos, basada en su dignidad como hijos de Dios.
En conclusión, el Humanismo Mexicano y la Doctrina Social de la Iglesia Católica tienen un vasto terreno común que puede ser aprovechado para generar un diálogo fructífero en favor de la justicia social, la equidad y el desarrollo integral. Mientras el Humanismo Mexicano propone principios que buscan la transformación social, la Doctrina Social ofrece un marco ético sólido que puede guiar esa transformación hacia un modelo que respete y promueva la dignidad de todas las personas, el bien común y el cuidado del medio ambiente. Este diálogo es no solo posible, sino necesario, en la búsqueda de un México más justo, próspero y humano para todos.
Hugo Antonio Avendaño Contreras es Rector de la Universidad Intercontinental
“Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de…
El 29 de diciembre iniciaremos el Año Jubilar 2025 en las diócesis del mundo, con…
Lo que empezó en los años 20 del siglo pasado como una causa homicida, al…
‘¡Viva Cristo Rey!’ Hagamos nuestra esta frase, no como grito de guerra, sino como expresión…
El Vaticano publicó la segunda edición del libro litúrgico que contiene las instrucciones relacionadas con…
Su reino es un misterio que inicia muy dentro del corazón de cada persona y…
Esta web usa cookies.