Por la pandemia COVID-19, no hemos podido estar cerca de familiares, amigos, vecinos y compañeros de escuela o de trabajo, ni en fiestas, ni en situaciones críticas. Lo más triste es que no hemos podido visitar a enfermos, para consolarlos y fortalecerlos, y no ha sido posible que las familias acompañen a sus parientes agonizantes, ni que celebren sus funerales como es tradicional. Tampoco han podido los fieles creyentes participar físicamente en las celebraciones de su fe, y la pastoral en las parroquias no se ha desarrollado como siempre.
Sin embargo, los modernos medios electrónicos nos han mantenido cercanos y unidos. Han sido muy útiles celulares (móviles), mensajes, videollamadas, reuniones virtuales, etc. Ha sido consolador que intubados en hospitales pudieran estar en contacto con su familia por estos medios. Confinados en nuestra casa, nos hemos mantenido en comunicación constante con quienes hemos deseado contactarnos. Casi todas las diócesis y parroquias han encontrado formas de transmitir sus celebraciones a los fieles y de realizar algunas actividades pastorales por estos medios.
Los sacerdotes de la Diócesis de Coatzacoalcos, con su obispo, me pidieron acompañarles en un retiro a distancia, ellos cada quien en su parroquia y un servidor desde casa en Toluca. Se conectaron 56; faltaron muy pocos, por problemas de conectividad. Les compartí dos temas, cuyos contenidos les había enviado previamente a todos, y dirigí un tiempo de oración ante el Santísimo, con participación de ellos desde su lugar.
Con todo, la cercanía virtual no es lo mismo que la física. Caricias, abrazos y besos electrónicos nunca serán lo mismo que los presenciales. De igual modo, participar en una Misa virtual no expresa la misma profundidad que una presencial. En caso de necesidad, suple una carencia y una limitación, pero siempre hay que anhelar el contacto físico. Aunque no siempre la cercanía física es plenamente humana, pues se dan muchos casos de esposos, padres e hijos, incluso amigos y novios, que están cerca físicamente, pero muy lejanos entre sí; casi no intercambian palabras, a no ser algunos monosílabos; cada quien está atento a su celular y ni caso hacen a quien tienen cerca.
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Nuestro Padre Dios, que está en todas partes y rebasa espacios, distancias y tiempos, quiso hacerse físicamente presente por la Encarnación de su Hijo eterno. Como dice el evangelista Juan, “la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, la que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y verdad… Nadie ha visto jamás a Dios. El Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha manifestado” (Jn 1,14.18).
Así lo expresa también San Pablo: “Cristo es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura” (Col 1,15). Esto explica la exclamación del discípulo amado: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palpado con nuestras manos acerca de la Palabra de vida, -porque la vida se manifestó, la hemos visto y somos testigos, les anunciamos esa vida eterna que existía junto al Padre y se nos manifestó-, eso que hemos visto y oído también se lo anunciamos a ustedes, para que vivan en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Les escribimos esto para que nuestra alegría sea plena” (1 Jn 1,1-4).
La cercanía física es determinante y siempre hemos de procurarla, cuando las condiciones sanitarias lo permitan. Por ello, hay que tomar muy en cuenta el peligro del que nos advierte el Papa Francisco: “Las dinámicas de los medios del mundo digital, cuando se convierten en omnipresentes, no favorecen el desarrollo de una capacidad de vivir sabiamente, de pensar en profundidad, de amar con generosidad. Los grandes sabios del pasado, en este contexto, correrían el riesgo de apagar su sabiduría en medio del ruido dispersivo de la información. Esto nos exige un esfuerzo para que esos medios se traduzcan en un nuevo desarrollo cultural de la humanidad y no en un deterioro de su riqueza más profunda. La verdadera sabiduría, producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas, no se consigue con una mera acumulación de datos que termina saturando y obnubilando, en una especie de contaminación mental. Al mismo tiempo, tienden a reemplazarse las relaciones reales con los demás, con todos los desafíos que implican, por un tipo de comunicación mediada por internet. Esto permite seleccionar o eliminar las relaciones según nuestro arbitrio, y así suele generarse un nuevo tipo de emociones artificiales, que tienen que ver más con dispositivos y pantallas que con las personas y la naturaleza. Los medios actuales permiten que nos comuniquemos y que compartamos conocimientos y afectos. Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto directo con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la abrumadora oferta de estos productos, se desarrolle una profunda y melancólica insatisfacción en las relaciones interpersonales, o un dañino aislamiento” (Laudato si, 47).
Contribuyamos, con los cuidados sanitarios que se nos han recomendado, para que esta pandemia pase ya, y podamos de nuevo encontrarnos no sólo virtualmente, sino también en forma presencial, para que nuestra comunión con el Dios invisible se manifieste en la comunión visible entre nosotros, con familiares y amigos, y con todas las personas, sobre todo con quienes sufren soledad y pobreza.
*Mons. Felipe Arizmendi Esquivel es Obispo Emérito de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas.
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