Acabamos de presenciar un hecho inédito: algunas cadenas de noticias de los Estados Unidos, mientras el candidato y presidente Donald Trump daba un mensaje a la nación, determinaron que lo que éste decía debía de ser interrumpido. Y así aconteció: el discurso fue cortado; es decir, censurado.
Es cierto que debemos procurar y buscar la verdad, que nos llevará a la paz y a la justicia; hacer esto es un valor. Pero la libertad de expresión, pieza fundamental en una democracia, es otro valor que hay que proteger. ¿Defender la verdad o la libertad de expresión? Dos valores en conflicto. ¿Qué tenemos que hacer ante tal situación? ¿Debe prevalecer un valor sobre el otro? Esto es lo que llamamos un conflicto moral de valores.
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Hay personajes implicados en el hecho:
-El protagonista del discurso. Él es responsable de lo que comunica y sus repercusiones.
– La audiencia, que recibe el discurso y tiene la responsabilidad de juzgarlo en su conciencia.
– El que distribuye el mensaje, es decir, el medio de comunicación. ¿Qué responsabilidad tiene?
Tratemos de entender el problema utilizando la metáfora de una carta: hay un remitente (quien la escribe y la envía), un destinatario ( a quien está dirigida la carta y quien la recibe) y el cartero (el responsable de hacerla llegar).
Si el cartero descubre que está llevando una mensaje con un ataque biológico y, a pesar de darse cuenta, lo entrega, él tendrá una responsabilidad moral sobre esto, no hay duda. Pero en este caso, estamos acusando no un ataque biológico, sino de conceptos y palabras que el cartero denuncia como posibilidad de incitación al mal en los destinatarios.
¿Podríamos autorizar y responsabilizar al cartero de cerciorarse de la intencionalidad benigna o maligna del contenido de un discurso? ¿No sería responsabilidad de quien reciba la carta el ejercicio de valoración de lo que le expresa el remitente? ¿Podemos autorizar que el cartero intercepte la carta porque le ha parecido que hay malicia en las ideas que contiene y que le parece que el remitente será incapaz de darse cuenta?
Autorizar al cartero a abrir todas las cartas y decidir entregarlas o no, sería la autorización de un ejercicio de censura, aunque nuestra intención sea la de evitar la confusión o la respuesta violenta del destinatario ante la malicia del remitente.
Estamos llamados a buscar el bien y a evitar el mal, pero no haremos el bien ejecutando un mal; es decir, no estableceremos la verdad despojando del derecho a la libertad de expresión y de la responsabilidad de buen juicio.
La intención del remitente violento o promotor de la mentira la podemos señalar y denunciar, incluso perseguir; sin embargo, esto se debe hacer ante la sociedad y sus instituciones. Pero desde la desconfianza hacia el receptor del mensaje para hacer un buen juicio, no podemos ejecutar la censura a su derecho de recibir el mensaje. Si lo hacemos corremos el riesgo de violentar la democracia y dar la posibilidad a los “carteros” de ser una suerte de “conciencia moral” que sustituye la sacralidad de la conciencia de cada persona.
¿Qué hacer entonces? Me parece que tenemos que formar la conciencia de la sociedad que recibe el mensaje; es decir, dar los elementos y propiciar el discernimiento moral de cada persona, de manera que podemos desechar lo que nos parece malo y apropiarnos de lo que nos parece bueno, conscientes de la responsabilidad que adquirimos al ejercer la libertad de conciencia y el derecho a la información.
Este es el camino complejo, pero el único que garantiza una madurez moral de nuestras sociedades, instituciones y medios de comunicación.
*El padre Hernán Quezada SJ es médico, jesuita, sacerdote y moralista en red y asistente de la Formación de los Jesuitas en México. @hernan_quezada
Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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