El mandatario, visiblemente molesto, negó las afirmaciones de Ramos, argumentando que la manera del informador de interpretar las cifras era equivocada. De inmediato empezaron a surgir en redes sociales el ejército de defensores de Andrés Manuel con ataques virulentos al periodista y, al mismo tiempo, los agradecimientos de los enemigos de AMLO al de Univisión, salpicados de burlas y bufonadas, por desenmascarar al presidente.El punto en este artículo no es quién tenga razón, si AMLO o Jorge Ramos, sino la batalla por lo que se llama opinión pública y su importancia para los católicos. Lo sucedido el 22 de septiembre en Palacio Nacional fue una colisión entre el gobierno de México y sus adversarios en la lucha por mantener una opinión pública favorable a los intereses de cada quien. Es algo muy importante. La opinión general que tenga el gran público sobre un político y sus proyectos tendrá, indudablemente, repercusión en futuras contiendas electorales.
La opinión pública es parte integral de nuestras democracias. Agustín Laje señala en su libro “La batalla cultural” que se trata de un estado mental colectivo mediante el cual se expresa la voluntad popular sobre un tema. Opinión pública es lo que opina la mayoría del público sobre algo o alguien. Resulta algo clave, no sólo para los políticos sino para otras instituciones, incluida la Iglesia Católica. Lo que se publica en periódicos, revistas y libros; lo que aparece en los noticieros y películas, va formando imagen, opinión. De ello se conversa en las familias, clubes, cafés, restaurantes, centros de reunión; y de ahí los políticos y las instituciones se inspiran para hacer sus discursos, tomar posiciones, elaborar programas, tomar estilos y poses.
Los políticos no siempre danzan con lo que dicta la opinión pública, sino que tratan de modificarla para su propia conveniencia. Con sus intelectuales asociados, su red de periódicos y televisoras que les son fieles, periodistas comprados, académicos que reciben apoyos o becas, expertos en mercadotecnia política y hasta gente del mundo de la farándula, ellos reconstruyen y diseñan lo que va a repercutir en su imagen pública. Ejemplo de esa influencia para influir en la mente del pueblo fue el programa televisivo “Aló presidente” de Hugo Chávez en Venezuela, o la actual “mañanera” de López Obrador en México, que lo ha trepado, en su popularidad, en los cuernos de la luna.
La Iglesia no es ajena a la opinión pública, sino que es afectada positiva y negativamente por ella. La presencia del papa, obispos, sacerdotes y laicos que son fieles a las enseñanzas de la Iglesia hacen una estupenda labor en redes sociales para defender la fe. Sin embargo, desafortunadamente son pocos los laicos católicos que, desde el ámbito de su profesión, forman opinión pública en medios de comunicación seculares, en fidelidad al espíritu del Evangelio, a través de los medios de comunicación.
En cambio los enemigos de la fe católica no cesan de trabajar para formar una opinión pública negativa de la Iglesia y de los católicos, hasta el grado de avergonzarlos de ser creyentes. Articulados con el poder financiero y político, ellos no dejan de repetir incansablemente el tema de la Inquisición, las Cruzadas, los abusos sexuales, la destrucción de las culturas originarias, la agotada e intolerante moral sexual cristiana, la opresión de la mujer en la Iglesia y otros temas que, a fuerza de golpeteo, han hecho que muchos católicos se sientan acomplejados de su fe.
Dos cosas hemos de hacer los católicos. Lo primero es reconocer el suelo que pisamos cuando nos informamos. Aprendamos a leer quién está detrás de las noticias. Quienes escriben, informan u opinan, obedecen a una agenda política o ideológica específica. Y si lo hacen sobre asuntos de Iglesia, detectemos si son favorables o contrarios al catolicismo, o si son católicos fieles a las enseñanzas del Magisterio o, lamentablemente, de corte liberal progresista. Y lo segundo es jamás vivir acomplejados de nuestra fe católica sino difundirla y defenderla en nuestro ámbito de influencia para contribuir a formar una opinión pública positiva de la Iglesia y su doctrina. El bagaje teológico, litúrgico y espiritual que llevamos los católicos es demasiado precioso como para ocultarlo; es la magnífica noticia que muchas almas aguardan escuchar.