Alberto Quiroga
Mi padre, médico de profesión, solía comentar que le molestaba mucho que las mamás de sus pequeños pacientes asustaran a estos con el cuento de “si no te portas bien el doctor te va a inyectar”. Siempre las interrumpía diciendo firmemente que las inyecciones no son un castigo.
Prevenir o curar una enfermedad con un pequeño piquete, es un doloroso pero pequeño pago para recuperar o preservar la salud, así que asociar lo bueno con un castigo no es nada recomendable.
Desafortunadamente, casi sin darnos cuenta, usamos el bien para asustar o castigar. Hay personas que acabaron odiando la lectura debido a que sus maestros los castigaron varias veces con la lectura de un libro y la entrega de su correspondiente resumen. Lo mismo sucedía con las visitas a museos, cuando el profesor castigaba a un infractor pidiéndole que visitara uno y le llevara el boleto y las fichas copiadas a mano.
Así, inconscientemente, nos quedamos con la idea que el bien en muchas ocasiones representa un castigo. Yo he llegado a escuchar varias veces que lo bueno de la vida o engorda o es pecado; y no, la realidad es que lo bueno de la vida no daña, y si bien parece que causa pequeñas molestias al inicio, nos brinda un gran bien al final.
Conocí a una mamá que lamentaba no haber vacunado contra la polio a su hija, quien padecía los efectos de esa enfermedad. Ella le quiso evitar las reacciones de la vacuna, que hubiesen sido temporales, y acabó ocasionando un daño permanente. ¡Cuidado con considerar al bien un mal!
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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