Cuando era pequeña tenía esta soberbia creencia: ¿Para qué pedir o perder el tiempo con la Virgen, si tenía el Padre Nuestro, y podía tener una muy buena relación con el Jefe, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo?
No tengo claro cuándo aprendí de estrategia y negociación y descubrí que el papel de la Virgen María no era meramente nobiliario, sino de verdadera Intercesora y de Madre.
Intuyo que fue poco a poco, y mucho tuvo que ver darme cuenta de que los tres Papas que me han tocado -Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco- han sido marianos; sus documentos y mensajes son tejidos y rematados pidiendo la intercesión de Nuestra Señora, encomendando los frutos y poniendo siempre todo en manos de Ella, implorándole que pase el mensaje y enmiende cualquier posible error.
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Así, aprendí a dirigirme primero a ella, a osar querer parecerme a ella, a preguntarle e intentar ponerla en mi situación. Ahora que soy madre, todo de eso un poco más. Me encomiendo más, pongo a mi familia en sus manos y le pido consejo cuando siento que pierdo la fe en mi misma o en mi capacidad para mantener todo bajo control o por el camino del amor, como ella hace.
Es así, que la pedagogía natural de en casa consiste en compartir con Ella la primera palabra que aprenden a decir mis hijos: “Mamá”. Ambas somos mamá y ellos lo saben. Las buenas noches nos las dan a papá, a mí y a Ella. Podría decir que somos una familia ampliada, donde se ha hecho natural dialogar con Jesús, con Papá Dios y con María.
La pasada Semana Santa procuramos vivirla a la luz de cómo se sentía Ella. El día a día, sin forzarlo, ellos me preguntan si tal canción, juego o comida le gusta a la Virgen.
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Confieso que no hemos rezado el Rosario completo todos los días este mes, pero sí le hemos cantado, hemos buscado agradarle, le hemos pedido que nos enseñe a ser obedientes como ella, la hemos hecho parte de este hogar y, estoy segura, mis hijos la han hecho parte de sus vidas.
Así queremos ganar nuestro lugar en el cielo: tomados de su mano, como un puente seguro para llegar y agradar a Dios, aprendiendo de Ella las virtudes que conquistan la eternidad y ganan almas para Dios.
Como dice San Juan Bosco: “Es imposible ir a Jesús, sin amar primero a María”.
*La autora es filósofa, esposa, madre de familia, consultora de imagen y fundadora de Macadamia.
Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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