El 3 de mayo de 1928 el vicario capitular del arzobispado de México, Pedro Benavides, comunicó a los curas y fieles a través de una circular que “lejos de los suyos” y después de una prolongada enfermedad había fallecido el 22 de abril en la ciudad de San Antonio Texas, EUA, el arzobispo de México, José Mora del Río.[1]
La circular concluía con la solicitud de orar por el prelado que había muerto en el destierro y que había gobernado, decía el vicario, “con acierto y caridad” durante 19 años en los más “difíciles tiempos.” Esta última afirmación sobre el gobierno de Mora y del Río no era retórica.
En efecto, si algo distingue la gestión episcopal de este arzobispo con respecto a su antecesor es que ésta se llevó a cabo en tiempos convulsos para el país y para la Iglesia como institución.
Mora del Río llegó a tomar posesión del arzobispado de México en junio de 1909. En dicho año esta jurisdicción eclesiástica seguía siendo una de las más grandes de nuestro país, contaba con 98 parroquias, 48 vicarias fijas y 24 vicarias foráneas que cubrían el territorio del Distrito Federal, Estado de México y una pequeña parte del recién erigido estado de Hidalgo.
Casi un año después de tomar posesión del arzobispado, la ciudad de México, sede de su jurisdicción episcopal, fue testigo de la entrada de Madero y de la decena trágica que culminó con la muerte del presidente. Suceso que, por cierto, llevó a ciertos párrocos a realizar honras fúnebres por Madero lo que provocó una mala impresión en Huerta quien ordenó al secretario de gobernación que pidiera a Mora “tomar medidas” para que no volviera “a repetirse demostraciones de tal índole” y para que se evitara “ a todo trance que ciertas personalidades del clero siguieran sus trabajos antigobiernistas”.[2]
Además del ascenso de Huerta y su caída, Mora presenció la revolución armada hecha por los “hombres de la guerra”: Zapata, Villa y Carranza. Su escritorio se llenó entonces de correspondencia de párrocos que comunicaban como “la mano de la muerte se siembra por todos rumbos”,[3] sobre el miedo que causaba la entrada de los zapatistas o carrancista a los “indefensos pueblos,” acerca de los capellanes que acompañaban a las tropas de Zapata o de los “agravios” cometidos por los “federales al acuartelarse con mujeres” en las parroquias o al dispararles a las imágenes religiosas.[4]
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Mora del Río, ante la llegada de Carranza a la ciudad de México y por el “azote trinitario” (como lo llama Jean Meyer a la aparición de la gripe, la muerte, y el hambre) tuvo que dejar el país en 1914 y refugiarse en San Antonio Texas donde permaneció hasta 1918. En este año regresó a México para acatar un “nuevo orden jurídico”, el sancionado por la constitución de 1917 que declaró la “enseñanza libre y laica”, el ejercicio ministerial bajo supervisión de los gobernadores de los estados, así como el que las iglesias y conventos eran propiedad de la nación.
Las controversias surgidas por la denominada Ley Calles en el que se reformó el Código Penal para incluir como delitos de derecho común “la enseñanza confesional y de cultos”, así como la desobediencia a la ley que obligaba a todos los sacerdotes a inscribirse en un padrón para poder ejercer el ministerio”, provocó una reacción de rechazo y consternación de los católicos. Reacción que se tradujo en primer lugar, en boicots económicos y más tarde, en la suspensión de cultos declarada por la Iglesia el 31 de julio de 1926.
Luego de la suspensión vinieron levantamientos armados que fueron combatidos por el ejército federal y que dio lugar a una “guerra sangrienta como pocas” conocida como la guerra cristera. Este conflicto obligó en su punto más álgido, es decir en el año de 1927, a que varios obispos, entre ellos Mora del Río, se exiliaran en el vecino país de norte. De allí que la muerte de este arzobispo aconteciera en el destierro.
En suma, Mora del Río sí gobernó en “tiempos difíciles”, fue el arzobispo de México durante los convulsos años de la Revolución y de la guerra cristera. La primera, que ideó el Estado- Nación y delineó la praxis política del México revolucionario y la segunda que redefinió a la Iglesia misma y su relación frente al Estado.
El archivo histórico de José Mora del Río se encuentra en el Archivo Histórico del Arzobispado de México, está completamente catalogado, estabilizado y digitalizado. El acervo está conformado por 14, 649 expedientes entre manuscritos y libros y algunas fotografías. Estos testimonios documentales dan cuenta de cómo la iglesia, sus ministros y fieles, vivieron durante la revolución y la guerra cristera.
Pero en el archivo de este arzobispo no solo existen expedientes que describen esas rupturas, dificultades y crisis, también hay numerosos manuscritos que reflejan el quehacer cotidiano y propio de una institución como es la Iglesia católica y que permiten en cierto sentido reconstruir otros procesos, otras realidades, por ejemplo, existen aquellos que dan cuenta de la relación de los párrocos con sus fieles, de la construcción, aderezo o uso de los espacios religiosos (capillas, iglesias, santuarios).
También el archivo es rico para entender y conocer las prácticas religiosas (procesiones, rogativas, misiones, mayordomías ) que manifiestan el sentir y vivir de la religión de cientos de comunidades o el trabajo pastoral del arzobispo a través de visitas, convocando o dirigiendo congresos eucarísticos, asociaciones católicas o promoviendo programas para obras sociales. Es decir, el archivo de Mora del Río ofrece una diversidad de información sobre aspectos que tocan diversas esferas institucionales, sociales, políticas, etc.
En ese sentido, por lo que representa como testimonio de aquellos tiempos, y porque permite en términos de complementariedad reconstruir una historia más objetiva y acabada de esta institución y de nuestro país, es que desde el 2008 se emprendió un trabajo de digitalización de todo este acervo episcopal. En la actualidad, cada hoja, tarjeta, plano, correspondencia, informe, libro o fotografía de este excepcional archivo se encuentra en imagen digital.
Los investigadores de nuestro país y del extranjero pueden solicitar la consulta de cualquiera de las 14, 216 carpetas en PDF. Un logro excepcional de un archivo eclesiástico que representa un ejemplo en toda América Latina sobre el cuidado y compromiso de la Iglesia Católica por custodiar y sociabilizar el patrimonio documental. Sociabilizarlo además en épocas como en la presente pandemia en la que cientos de investigaciones se hacen a través de plataformas y medios digitales.
[1] Archivo Histórico del Arzobispado de México ( en adelante AHAM) . Caja 70, exp. 49, 6 fojas, 1928. Circular al venerable clero secular y regular a los fieles católicos de este arzobispado.
[2] AHAM, Caja 153, exp. 117.
[3] AHAM, Caja 19, exp.4.
[4] AHAM, Caja 19, 53, exp.3.
*La Dra. Berenise Bravo Rubio es profesora e investigadora de la ENAH e INAH.
Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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