El tiempo presente es un instante que desaparece tan pronto cobramos conciencia de él. Podemos acceder al pasado a través de los recuerdos que la mente nos va presentando y que son evocados cuando olemos un platillo o el aroma del amanecer; cuando miramos una fotografía y reproducimos, aquí y ahora, toda una película a partir de la pantalla o de ese trozo de papel.

Los que hemos vivido en un estado de depresión sabemos que el pasado es un presente constante, que pone en blanco y negro, más bien gris, todo lo que está pasando en el momento. Ni que decir del futuro, el cual ha sido devorado por completo por la densidad del recuerdo, del pasado.

En contraste, quien espera ansiosamente el futuro, siempre quiere correr para llegar más rápido, despertarse más temprano para que el Sol se asome por adelantado y con una sensación de estar llegando tarde, como el conejo de Alicia en el país de las Maravillas.

Por otra parte, hay personas que manejan esta situación haciendo que el pasado sea el resorte que lleve a un futuro que nunca será. Y cuánto más, si ese pasado se recarga con resentimientos y el futuro con pura bondad, el pasado es el motor para llegar a un futuro que nunca será. Para quien alimenta el odio, es necesario eliminar el presente porque implica mirarse al espejo, reconocer la necesidad de quien está a la orilla del camino, del prójimo.

Sin duda, es vital reconciliarse con el pasado, recordar con gratitud a todas aquellas personas que nos acompañaron y nos dejaron un trocito de su corazón desde que estábamos en su vientre, o cuando nos enseñaron a caminar o nos procuraban una sonrisa, incluso cuando nos llamaban al orden y a la disciplina.

También traer al presente a todos los amigos, los vecinos, los profesores y maestras con los que tanto tiempo convivimos. Sanar las heridas y ser capaces de mirar aquellos momentos traumáticos sin dolor, eso sí, con el aprendizaje y la forja que aquello nos significó. Descubrir la presencia del Señor en cada paso que este camino ha significado.

A su vez, tener sentido de esperanza en el futuro, trazando planes de la mano de Dios, sabiéndose portador de buenas nuevas con actitudes, acciones y palabras que hacen que el presente valga la pena ser vivido sembrando semillas de eternidad que solo Dios sabrá en que momento alguien más las cosechará.

*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

 

Abraham Flores

Educador. Casado y padre de tres hijos. Ingeniero químico con estudios de filosofía, antropología, teología e impro teatral. Desarrollador de procesos creativos para empresas, instituciones (eclesiales y gubernamentales), organizaciones de la sociedad civil. Evaluador de proyectos de inversión y consultor en procesos de desarrollo del cliente. Flp 4,13.

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