Han pasado las elecciones en nuestro país para muy variados cargos en el gobierno y en las legislaturas. En la inmensa mayoría de lugares, todo transcurrió en paz; los perdedores han aceptado la decisión de la ciudadanía. Cuando no se aceptan los resultados, se provocan crispación social y enfrentamientos violentos. Hay líderes que, porque así son desde siempre, en vez de ayudar a la fraternidad y al respeto hacia los adversarios políticos, los ofenden y condenan, abusando de su poder mediático, e incluso pueden influir en los poderes legislativos y judiciales. Hacen gala de su ingenio para denostar a quienes piensan y actúan en forma diferente.
Dentro del régimen democrático que predomina en la mayoría de los países, el sistema de partidos políticos hace honor a su nombre, partidos, porque parten a la sociedad, la confrontan y dividen. Sobre todo en tiempos electorales, se asiste a una verdadera guerra; cada uno, en vez de valorar los puntos positivos de los contrincantes, se empeña en desprestigiarlos, ridiculizarlos y pisotearlos. Nada bueno ven en ellos y se presentan a sí mismos como la única solución a todos los problemas. Esto crea un ambiente de confrontación agresiva, que no ayuda a la paz social. Los partidos nos parten.
En una ocasión, en mi diócesis anterior, convoqué a los líderes de los diferentes partidos políticos del municipio, para dialogar sobre dos puntos: ¿Cómo ven la actuación de nuestra diócesis, y qué nos sugieren para mejorar nuestro servicio? Al final, me dijeron: Invítenos con más frecuencia a estos diálogos, porque sólo aquí, con Usted, no nos peleamos entre nosotros.
En la comunidad eclesial, tampoco faltan divisiones y descalificaciones entre los seguidores de Jesús. Desde el año 1992, instituimos el Consejo Interreligioso de Chiapas, integrado por líderes de diversas confesiones evangélicas y los obispos de esta provincia. Nuestros diálogos no eran para discutir cuestiones doctrinales, sino para unirnos y organizar caminos de reconciliación en las poblaciones divididas por diversos motivos, sobre todo religiosos.
El Papa Francisco, en una Misa celebrada en la Basílica de San Pedro con los fieles de Myanmar residentes en Roma, en cuyo país hay graves confrontaciones políticas y sociales, dijo:
“Jesús reza al Padre para que guarde a los suyos en la unidad, para que «todos sean uno» (Jn 17,21), una sola familia donde reinan el amor y la fraternidad. Él conocía el corazón de sus discípulos; a veces los había visto discutir sobre quién debía ser el más grande, quién debía mandar. Esta es una enfermedad mortal: la división. La experimentamos en nuestro corazón, porque frecuentemente estamos divididos dentro de nosotros mismos. Experimentamos la división en las familias, en las comunidades, entre los pueblos, incluso en la Iglesia. Son muchos los pecados contra la unidad: las envidias, los celos, la búsqueda de intereses personales en vez del bien de todos, los juicios contra los otros. Y estos pequeños conflictos que tenemos entre nosotros se reflejan después en los grandes conflictos, como el que vive en estos días vuestro país. Cuando los intereses de parte, la sed de ventajas y de poder se imponen, estallan siempre enfrentamientos y divisiones. La última recomendación que Jesús hace antes de su Pascua es la unidad. Porque la división viene del diablo que es el que divide, el gran mentiroso que siempre divide.
Estamos llamados a cuidar la unidad, a tomar en serio esta apremiante súplica de Jesús al Padre: que sean uno, que formen una familia, que tengan el valor de vivir vínculos de amistad, de amor, de fraternidad. Cuánta necesidad hay, sobre todo hoy, de fraternidad. Sé que algunas situaciones políticas y sociales son más grandes que ustedes, pero el compromiso por la paz y la fraternidad nace siempre de la base. Cada uno, en lo pequeño, puede hacer su parte. Cada uno, en lo pequeño, puede comprometerse a ser constructor de fraternidad, a ser sembrador de fraternidad, a trabajar en la reconstrucción de lo que se ha roto, en vez de alimentar la violencia. Estamos llamados a hacerlo, también como Iglesia. Promovamos el diálogo, el respeto por el otro, la custodia del hermano, la comunión. Y no dejemos entrar en la Iglesia la lógica de los partidos, la lógica que divide, la lógica que nos pone a cada uno de nosotros al centro, descartando a los demás. Esto destruye: destruye la familia, destruye la Iglesia, destruye la sociedad, nos destruye a nosotros mismos” (16 de mayo de 2021).
Si tienes conflictos en tu matrimonio, aprende a escuchar, a comprender, a resaltar lo positivo de tu cónyuge, a perdonar y a pedir perdón. Si entre tus hijos hay pleitos, edúcalos para se sobrelleven, que se respeten en sus diferencias, que se ayuden y que compartan sus cosas; así aprenden a vivir en paz y armonía, también más allá del hogar. Entre simpatizantes de partidos distintos, que algunos den los primeros pasos, aunque sean pequeños, para no dejarse influenciar por el ambiente hostil hacia los otros, sino empeñarse en darse la mano y construir juntos algunos proyectos. En la comunidad eclesial, orar al Espíritu para que aprendamos a respetarnos en nuestras legítimas diferencias y a trabajar por la fraternidad entre los creyentes, y así colaborar en la construcción del Reino de Dios en la sociedad.
*El Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel es obispo emérito de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas en Chiapas.
Los artículos son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan la opinión de Desde la fe.
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