El pasado domingo asistí a Misa de niños, y con agrado me di cuenta que no estaban todos juntos en las bancas de adelante, sino con sus papás; con nostalgia recordé el tiempo en que mis hijos estaban pequeños y lo difícil que nos resultaba asistir a Misa en familia.
Si era Misa para niños, nos quedábamos atrás con los más pequeños intentando que no molestaran a las demás personas, pero era muy difícil mantenerlos quietos todo el tiempo. En una ocasión, en nuestra parroquia, por el micrófono nos “recordaron” a los papás con niños que estábamos eximidos de asistir los domingos a la Eucaristía para no distraer a los demás asistentes, y en cualquier templo no faltaban las miradas de reprobación cuando los niños hacían ruido, o la bebé lloraba.
Un domingo nos fuimos a una parroquia un poco más lejana, los más grandes se estaban portando bien, pero de repente despertó de muy buen humor la niña de apenas 6 o 7 meses y comenzó a platicar y gritar cuando todo era absoluto silencio. ¡No había manera! pues al intentar hacerle entender que debía callarse, ella pensaba que estábamos jugando y más fuerte se reía y gritaba.
Un sacerdote anciano caminó directo a nosotros y cuando mi esposo estaba ya por sacar a la bebé, el padre muy sonriente nos dijo: “déjenla, déjenla. ¡es su manera de alabar a Dios!, y después de acariciarla, se regresó a la Sacristía. Así que todos los domingos seguimos asistiendo a esa iglesia con la alegría y la confianza de quien se siente bienvenido.
Las cosas no han cambiado mucho desde entonces, la incomprensión de algunos feligreses hacia las familias con niños pequeños sigue siendo evidente, igual que de algunos ministros que sugieren a los papás no llevar a sus hijos pequeños a la Iglesia.
Quizá para muchos es más fácil desistir de ir a Misa en familia argumentando ideas, algunas muy válidas, como el escuchar sin distraerse, participar con fervor, o no molestar a los demás; pero a los hijos se les educa con el ejemplo, propiciando los hábitos que se transformarán en amor a la Santa Misa, despertando el deseo de conocer y recibir a Jesús en la Eucaristía y nutriendo el Don de la Fe. Finalmente, hoy como siempre, el ejemplo es la mejor manera de educar, y si no se practica de manera ordenada y constante, el “después” podría ser demasiado tarde.
Descubrir en los niños una alabanza a Dios, es aprender a mirar a nuestros semejantes con ojos de misericordia y con la actitud de un Dios que nos repite:
“Dejad que los niños se acerquen a mí”
“Quiero deciros algo: los niños lloran, hacen ruido, van de un sitio a otro… Y a mí me da mucha rabia cuando en la iglesia un niño llora y la gente quiere que salga. ¡No! Es el mejor sermón. El llanto de un niño es la voz de Dios. ¡Nunca, nunca, has que echarlos de la Iglesia” Papa Francisco
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