Alberto Quiroga
El aceite conocido como aflojatodo, suele ser usado con mucha frecuencia por su gran practicidad. Ya sea para evitar que una puerta rechine o lograr que una tuerca que no quiere salir se pueda aflojar, este producto lubricante es un buen recurso.
Pero hay un problema con su uso, si bien sirve para lubricar y limpiar, se evapora con gran facilidad y al poco tiempo el problema que corrigió reaparece, a menos que después de usarse, se agregue una grasa u otro aceite más estable y duradero.
Personas que con muy buena intención le pusieron aflojatodo a una cadena de bicicleta, observan cómo al poco tiempo está más dañada que al principio, porque la poca grasa que quedaba fue retirada por la acción aflojante y una vez evaporado, dejó sin protección a los eslabones.
Sucede en nuestro trato con el prójimo: cuando ayudamos por encimita, y después nos olvidamos, podemos poner en peor situación a quien buscamos apoyar, debido a nuestra falta de seguimiento. Cuando una persona está necesitada de apoyo, la ayuda debe ser mucho más a fondo que con simples palabras y buenos deseos, si no, nos quedamos a medias.
No es sencillo ayudar, sobre todo cuando carecemos de recursos, pero casi siempre podemos hacer mucho si nos lo proponemos, máxime si nos ponemos en las manos de Dios, que suele multiplicar nuestros dones.
Cuando ayudemos, no nos quedemos en la superficialidad, hagámoslo a fondo, hasta que duela, tal como Cristo nos enseñó. No tengamos miedo de dar, porque así es como se recibe.
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