Podemos engañar a todos, pero a Dios y a nosotros mismos jamás. Él sabe de qué estamos hechos, cada una de nuestras más profundas intenciones, motivaciones y temores. Como nuestro Padre conoce a la perfección nuestro exterior e interior.
“Incluso los cabellos de ustedes están contados. No teman, pues ustedes valen más que un sinnúmero de pajarillos”. Lucas 12, 7
Dios no trabaja en serie, nos dio a cada uno un espíritu irrepetible, lleno de dones y carismas distintos a los de los demás. Entonces… ¿por qué nos desgastamos tanto por intentar encajar en las expectativas del mundo, pasando por encima de nuestra propia voluntad y autenticidad?
Nos alejamos de Dios cuando anteponemos al mundo por encima de Él. Por su parte, el mundo comienza a brindarnos satisfacciones momentáneas difíciles de rechazar, pero al mismo tiempo que nos da placer, también perfora nuestra alma de manera que no hay nada que recibamos del mundo que, así como entra se va, lo que nos deja una sensación de constante vacío y una necesidad insaciable por llenarlo con lo que sea, para bien o para mal.
Empieza entonces una búsqueda interminable de aprobación y pertenencia que nos estimula, nos motiva, pero que al mismo tiempo nos castiga en los momentos de rechazo que inevitablemente viviremos por parte de los demás. Es así que nuestra felicidad fluctúa entre la polarizada voluntad de terceros, del hoy sí te amo al mañana tal vez; del aplauso y los halagos a los juicios y las críticas que destruyen y hieren.
En ese vaivén del mundo crece nuestro vacío y ansiedad, así que nuestra mente comienza a generar estrategias para “protegernos” y nos va “domesticando” para que logremos proyectar una nueva imagen, de mayor auto-control y dominio sobre las situaciones, lo que se supone nos dará acceso a lo que el mundo define como éxito en la vida.
La realidad es que solo nos auto-engañamos, a veces a tal grado de terminar convenciéndonos a nosotros mismos de que en realidad somos así, y terminamos olvidando nuestra esencia y traicionando a Dios y a nuestra unicidad.
Es por eso que te comparto 3 distinciones para que pases del auto – engaño a la sinceridad contigo mismo y con los demás.
Mostrarnos fuertes no nos impedirá vivir situaciones adversas y dolorosas. La fortaleza no se encuentra en la imagen que proyectamos hacia afuera, sino en la confianza que sentimos hacia adentro sobre la misericordia de Dios y su bondad infinita, aún en medio de las tribulaciones.
Así que no será el más fuerte el que jamás caiga, sino aquel que es capaz de levantarse una y mil veces siempre tomado de la mano de Dios y con su fe como estandarte.
“No busques ser grande a los ojos de los hombres, sino a los ojos de Dios”. San Martín de Porres.
Nuestra necesidad de aprobación nos puede convertir en personas complacientes a grados insanos, por encima de nuestras propias necesidades y voluntad.
¿Cómo podré trabajar en mis virtudes y cumplir la voluntad de Dios, si mi enfoque está en hacer la voluntad de los demás para que me acepten y quieran?
Levantemos la mirada hacia el Señor y desde nuestra autenticidad seremos capaces de hacer el bien a los demás, motivados por agradarle a Dios antes que al mundo.
“La bondad implica la capacidad de decir no”. Benedicto XVI
Desde la equivocada creencia de que todo radica en nosotros, buscamos la perfección a como dé lugar, vivimos en la exigencia de ser los mejores y dejamos atrás la responsabilidad de ser excelentes en cada paso y en cada día.
Lo primero será abrazar nuestros errores y fragilidad, reconocer que somos pequeños y falibles ante Dios, pero que por su gracia podemos ser el medio a través del cual él lleva a cabo grandes obras.
Somos sólo el pincel a través del cual Dios, el verdadero maestro y artista, pinta sus más grandes y bellas creaciones. No confundamos jamás el pincel con la obra.
“La verdadera perfección consiste en esto: hacer siempre la santísima voluntad de Dios”. Santa Catalina de Siena
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