El 29 de abril conmemoramos la vida de Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia, y una de las místicas más importantes de todos los tiempos. Entre las muchas aportaciones de su doctrina se encuentra lo que definió como las “potencias del alma”: entendimiento, memoria y voluntad.
“Sólo por amor nos has hecho a imagen y semejanza Señor… Así lo hiciste dando al hombre cierta forma de Trinidad en las potencias del alma: entendimiento, para conocer; memoria, para acordarse de ti, y voluntad y amor, para amarte sobre todas las cosas. De este amor no nos puede privar ni el demonio ni otra criatura, si nosotros no lo queremos”.
Estas 3 potencias del alma pueden ser la estructura que sostenga nuestra forma de ser y estar en este mundo, y, sobre todo, del sentido que encontramos en lo que vivimos y la forma en que trascenderemos las circunstancias dolorosas de nuestra existencia.
La paz es un estado interior que parte de la calidad de nuestros pensamientos, ya sean sobre nuestro pasado, presente o futuro; las ideas que generamos acerca de nosotros, los otros y de las circunstancias que vivimos, definen en gran medida nuestro estado emocional y por ende los resultados que continuamos generando en nuestro día a día.
¿Cómo podríamos aplicar estas 3 potencias del alma para vivir en paz con Dios, con nosotros y, especialmente, con los otros?
Si vas a recordar todo el tiempo, es mejor que recuerdes que no hay nada que Dios permita que vivamos que no sea por un bien mayor. Por muy grande que haya sido la ofensa o el sufrimiento, aferrarnos a los momentos dolorosos y alimentarlos de una buena dosis de odio y/o rencor, sólo terminará por hacernos esclavos de nuestro pasado y víctimas eternas, no sólo de nuestros agresores, sino de nuestra propia mente.
El principal reto en este punto radica en nuestro esfuerzo por dejar pasar todos esos pensamientos que nos amargan la existencia esclavizándonos del pasado, y dar un paso hacia el perdón, liberándonos e impulsándonos a vivir felices y agradecidos con la experiencia adquirida.
Vivir peleados con lo que es, con la forma de ser de quienes nos rodean e incluso con quien somos, nos lleva a un estado de inconformidad constante en el que todo lo ajeno parece mejor que lo nuestro. Esta actitud despierta en nosotros sentimientos de envidia, rivalidades, egoísmo, avaricia, ira, etc.
No podemos controlar la realidad ni lo que nos sucede, pero sí podemos elegir la forma en que interpretaremos la situación para descubrir el bien que se oculta detrás de cada circunstancia, y, principalmente, podemos pedirle a Dios la gracia para entender lo que nos pasa, siempre a la luz divina, aquella que nos permitirá ver con los ojos del alma, desde una perspectiva profunda y superior, y evitar caer en miradas mundanas y simplistas.
Todo parte de nuestra voluntad de sentido, de entender el para M de nuestra existencia. ¿Qué respuesta me pide Dios en este momento de mi vida? ¿Cuál es mi misión en este mundo?
Vivamos intensamente nuestro presente, pero siempre dirijamos nuestra mirada al fin mayor de nuestra existencia: la vida eterna. Mantengamos firme nuestra voluntad ante las tentaciones y las adversidades que golpean nuestra fe, pero sepamos soltar el control y entregarnos con confianza a su voluntad cuando se trate de todo aquello que ya no está en nuestras manos.
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