De lo que hay en el mundo, ¿qué es lo que te parece más bello?
Se hizo esta pregunta a personas de distintas edades y condiciones y todas mencionaron algo hermoso de la naturaleza, por ejemplo, los amaneceres o atardeceres, los árboles, el mar, las montañas, las flores.
Se preguntó también qué era lo que más valoraban en la gente, y coincidieron en destacar cualidades como el amor, la amistad, la alegría, la solidaridad.
Es interesante hacer notar que entre lo más bello del mundo nadie consideró los edificios ni los coches ni cosa alguna hecha por mano humana, y entre lo más valorado en las personas, tampoco se mencionó el dinero, el poder o la fama.
Queda claro que lo que más apreciamos, es lo que salió, por así decirlo, directito de la mano de Dios, aquello que es claramente obra Suya.
Entonces, ¿por qué cuando Jesús nos anuncia Su Reino, tiene que compararlo con una perla, con un tesoro, con algo que nos mueva a desearlo? ¡Tendría que bastar con que nos dijera: ‘los invito a Mi Reino’, para que de inmediato aceptáramos encantados, captando que nos está invitando a lo excelente, a lo que viene de Él y nos conduce a Él! Desgraciadamente no es así. Sabiendo, como sabemos, que lo mejor viene del Señor, a la hora de elegir nos dejamos deslumbrar por realidades mundanas que no nos hacen bien ni nos sacian el alma.
En el Evangelio de este domingo (ver Jn 18, 33-37), en el que celebramos a Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, la Iglesia nos invita a recordar que Jesús es Rey, y que Su Reino no es de este mundo. Y en el del próximo domingo (ver Lc 21, 25-28.34-36) nos anima a tener muy presente que un día Jesús regresará, con gran majestad y poder, y que ante Él todos vamos a comparecer.
A buena hora, ahora que finaliza un año litúrgico y comienza otro, se nos llama a hacer un alto y considerar si hasta ahora hemos estado desperdiciando nuestros recursos sirviendo a los reyes de este mundo, o si hemos sabido trabajar para el Rey eterno, que un día volverá y nos preguntará si, como lo espera de nosotros, hemos dedicado lo que somos y tenemos a edificar Su Reino.
Estamos a tiempo de enmendar, y empezar o reiniciar la labor que cada día, a cada momento, como obreros Suyos, nos asigne el Señor. Y podemos tener la tranquilidad de que construir el Reino en nuestra vida, podrá parecer difícil, pero con Su gracia nunca será imposible. Basta recordar que Jesús ha comparado el Reino con un grano de mostaza o un poco de levadura, para comprender que no nos exige hazañas que superen nuestra capacidad, sino las pequeñas cosas que a diario podemos lograr, como amar a quien nos lo hace difícil; alegrar a quien está triste; ayudar a un necesitado, perdonar a quien nos ha lastimado, devolver bien por mal; ser honestos, humildes, usar nuestras capacidades para bien de los demás.
Si lo que más disfrutamos del mundo es la belleza de la Creación y la del alma de nuestros hermanos, vivir edificando el Reino nos permite vivir disfrutando esa belleza, por fuera y por dentro, y desde luego ejercer los dones y capacidades que Dios nos ha dado y de los cuales nos pedirá cuentas algún día, por cierto, cuando menos lo esperemos.
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