“Si tan sólo hubiera sabido que la última vez sería la última vez, hubiera pospuesto todas las cosas que tenía que hacer; me hubiera quedado un rato más largo; te hubiera dado un abrazo más apretado. Ahora qué no daría por un día más contigo.”
Es la letra con la que inicia una canción de un grupo cristiano, en la que el autor lamenta no haberse dado cuenta de que ya no tendría otra oportunidad para disfrutar la presencia de la persona amada.
Hace poco asistí a los funerales de amigas con las que me pasó algo así. Con una chateaba una tarde, de madrugada fue hospitalizada y falleció. A la otra la vi un domingo en Misa, al siguiente ya no, y esa semana murió.
Ante la repentina ausencia de quien pensábamos seguir viendo queda un doloroso ‘nunca más’ y tal vez muchos ‘hubiera’ y ‘¡de haber sabido!’
Por ello debe quedar también una importante lección, que ha de aplicarse no sólo a nuestra relación con otras personas, sino a todo lo que hacemos, a todo lo que vivimos diariamente: pensar que tal vez lo estamos haciendo o viviendo por última vez, así que hemos de hacerlo y vivirlo lo mejor posible (claro, obviamente me refiero a hacer y vivir cosas buenas).
Pensar: ‘ésta puede ser mi última Misa’, ‘mi último Rosario’, ‘la última vez que cenamos todos en familia’, ‘la última vez que veo a tal ser amado’, ‘la última vez que oro’, ‘la última vez que tengo esta oportunidad’, ‘la última vez que puedo hacer este favor’.
No sabemos cuándo será la última vez que Dios nos permitirá hacer o vivir algo. Pidámosle Su gracia para hacerlo y vivirlo todo lo mejor posible, aprovechando cada momento al máximo.
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