Derecho a la vida.
El hombre que quiere tener la tranquilidad de que si su pareja del momento le dice que está embarazada, puede responderle: ‘aborta’.
La mujer que teme perder a su amante, sin importar que dudó si él era el padre y no está dispuesto a acompañarla en el embarazo, sólo a la clínica, a ‘deshacerse del problema’ mientras él espera afuera, chateando despreocupadamente.
La mamá o el papá cuya hija le salió ‘con su domingo siete’ y le preocupa el ‘qué dirán’.
La abuela que ya no quiere cuidar más nietos.
El grupito de amigas que creen que es lo mejor para que la que aborte siga siendo la de siempre.
La víctima de violación, a la que aconsejan responder a la violencia con violencia.
La paciente a la que su médico asusta diciéndole que su bebé viene mal y debe abortar.
La desesperada que falta de dinero u otra razón se ciega y cree que abortar es la única solución.
El personal de una clínica que recibe muchos dólares por cada aborto, y más si vende partes de los fetos, muy cotizados en industria farmacéutica, cosmética y gastronómica.
El jefe que quiere ahorrarse gastar en prestaciones por maternidad.
La figura pública que busca aumentar su popularidad apoyando una causa ‘políticamente correcta’.
La persona despistada que oyó decir que era un derecho humano y se subió sin averiguar al carro de la defensa feminista, sin considerar cuánto se perjudica a quien se supone ayudar.
Todos ellos consideran sólo sus propios intereses, e ignoran los del concebido no nacido, el ser humano más vulnerable, que, indefenso, no puede impedir que le arrebaten violentamente el único derecho que tenía: el de vivir.
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe
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