Estamos en plena “Semana de oración por la unidad de los cristianos”, del 18 al 25 de enero.
¿Qué significa la ‘unidad de los cristianos’ y por qué orar por ella?
No se trata de que todos los cristianos se unan en una especie de religión universal que trate de compaginar las creencias de todos y dejar fuera las que no todos compartan, para que nadie se ofenda. Resultaría una blanda mezcolanza, que, como decimos en México, no sería ‘ni chicha ni limonada’.
La Iglesia nunca renunciará a sus principios, enseñanzas y dogmas para ser ‘políticamente correcta’. Decía el Papa Benedicto XVI que no es ‘diluyendo’ la fe, sino presentándola y sobre todo viviéndola en toda su riqueza y solidez, como se puede ayudar a otros a acercarse a Jesús, en especial a los cristianos alejados de la Iglesia que Él fundó. Y ellos pueden valorar que la Iglesia les ofrece una unidad de la que cabe destacar 4 aspectos:
Ninguna otra iglesia tiene una doctrina tan completa y coherente. El Catecismo de la Iglesia Católica contiene las enseñanzas de Cristo transmitidas por los Apóstoles, cuidadosamente preservadas a lo largo de los siglos, e interpretadas bajo la guía del Espíritu Santo. Si se apareciera san Pedro y lo leyera, reconocería que en esencia enseña lo mismo que él predicaba.
Lo que ahora conocemos como ‘Misa’ es similar a la de la primera comunidad cristiana. Y en el Misal Romano y demás libros litúrgicos hay instrucciones precisas que garantizan que en cualquier lugar del mundo, las celebraciones se realicen del mismo modo. Por ello, quien asiste a Misa en otro país, aunque no entienda el idioma, reconoce la liturgia, los gestos y signos. Hay una unidad que no se encuentra en otras iglesias, cuyos pastores hacen las cosas cada uno a su modo.
En la Iglesia hay una inmensa diversidad de grupos, movimientos, espiritualidades, etc. lo cual permite que gente de las más diversas características culturales, raciales, sociales, etc. halle el modo de vivir y expresar su fe que mejor concuerde con su sensibilidad. Pero no hay división entre ellos: todos comparten la misma doctrina, participan de la misma liturgia, se reconocen miembros de la misma familia. Hay unidad en la diversidad.
La Iglesia ayuda a cada uno de sus miembros a tener unidad interior, en el sentido de no padecer esa esquizofrenia que denunciaba san Juan Pablo II, que hace a la persona estar dividida: ser una cuando está en la iglesia, y otra distinta cuando sale al mundo; decir que cree, pero no vivir conforme a lo que dice creer, en suma, estar fracturada por el pecado. La Iglesia le ayuda a sanar esa fragmentación, pone a su alcance la Palabra, la oración, la Confesión, la Eucaristía, la formación intelectual, las obras de misericordia, la dirección espiritual, y muchos otros medios para su santificación personal.
Ahora que impera la mentalidad de que hay que dejar que cada quien crea lo que quiera y siga como está, ¿por qué orar para que regresen los hermanos separados? Porque la Iglesia desea que disfruten lo que sólo ella ofrece.
Para ellos que aman tanto a Jesús, ¡qué gozo contemplarlo, adorarlo, recibirlo en la Eucaristía! Ellos que aman tanto la Sagrada Escritura, ¡cuánto aprovecharían que la Iglesia que compiló la Biblia, les ayude a interpretarla! A ellos que se esfuerzan sinceramente por llevar una vida recta, pero reconocen que caen y pecan, ¡cuánto bien les haría poder confesarse y recibir el perdón de Dios y Su gracia para enmendarse! Ellos que, como todos, necesitan el consejo, guía y ternura maternal, ¡cómo les consolaría saber que Jesús nos encomendó a Su Madre y que Ella vela por ellos desde el Cielo!
No sólo esta semana, sino siempre, la Iglesia anhela que todos sus hijos regresen y al rezar por esa intención, hace suya la plegaria de Jesús, que ruega: “que todos sean uno como Tú, Padre, en Mí y Yo en Ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea.” (Jn 17, 21)
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