En la sala 1 de una funeraria están velando a una viejita. Sus amigas comentan qué buena era, siempre dispuesta a ayudar en todo en su parroquia. La van a extrañar y se consuelan diciendo: ‘ya está en el Cielo’. No saben que se murió sin perdonar a un hijo que la despojó de su departamento, ni saben cómo le fue en su juicio personal ante Aquel que dijo: “si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.” (Mt 6, 15).
En la sala 2 se lleva a cabo el funeral de un empresario. Está llena de empleados muy agradecidos porque los trataba y les pagaba bien. Lo van a extrañar y se consuelan diciendo: ‘ya está en el Cielo.’ No saben que hizo su fortuna mediante negocios chuecos, ni saben cómo le fue en su juicio personal ante Aquel que mencionó el robo, la avaricia y el fraude como “perversidades que contaminan al hombre” (Mc 7, 21-23).
En la sala 3 dan el último adiós a un joven que se mató en un accidente de motocicleta. Sus azorados compañeros no lo pueden creer. Era tan bueno, siempre les ayudaba a estudiar. Lo van a extrañar y se consuelan diciendo: ‘ya está en el Cielo’. Pasan por alto que le gustaba embriagarse y que su novia era su amante, ni saben cómo le fue en su juicio personal ante Aquel que inspiró a san Pablo a escribir la Carta en la que nos pide revestirnos de Cristo y rechazar “borracheras y lujurias” (Rom 13, 3).
Son tres ejemplos que muestran lo que suele suceder cuando alguien muere: se recuerda sólo lo bueno, se ignora (en el doble sentido de desconocer y de no hacer caso) todo lo malo, y para consuelo propio y ajeno se asume que la persona difunta ya está con Dios.
En verdad estuvo con Dios, al instante de morir, entregándole cuentas de su vida, pero la pregunta es: ¿permaneció con Dios?
Si murió sin ningún pecado ni culpa que expiar, desde luego que sí, se fue directo al Cielo, pero no hay muchas almas en ese caso. Si se murió en grave pecado sin arrepentirse, se fue al Infierno. Pero si, como probablemente ocurre con la gran mayoría de la gente, se murió sin haber roto su amistad con Dios, pero teniendo todavía pecados veniales y culpas que expiar, se fue al Purgatorio a purificar.
Allí pasará quién sabe cuánto tiempo, y va a requerir que sus deudos les ayuden a salir.
Por ello, jamás hay que dar por hecho de que nuestros seres fallecidos se fueron ‘en vuelo directo’ al Cielo. Hay que aplicarles el dicho: “caras vemos y corazones no conocemos”, y considerar que tal vez a pesar de sus muchas cualidades, tenían por allí pecadillos que les han impedido llegar, por lo que no hemos de conformarnos con celebrarles su Misa de cuerpo presente, o incluso su novenario, sino hemos de seguir pidiendo siempre por ellos, ofrecer Misas y penitencias; rezar Rosarios, la Coronilla de la Misericordia y jaculatorias.
Considera esto: si pides por ellos y ya están en el Cielo, no sólo habrás hecho una de las 7 obras espirituales de misericordia que la Iglesia nos pide realizar (orar por los difuntos), sino que tu oración no se perderá, Dios la aplicará a lo que considere conveniente. Pero si no pides por ellos y no están en el Cielo, los privarás de tu ayuda para salir más pronto del Purgatorio.
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