Se preguntó a estudiantes de diversos grados, con motivo de su regreso a clases, cuál es su motivación para estudiar. Y entre todas, destacaron estas tres desafortunadas respuestas:
Aprender mucho
Es buena la sed de conocimiento, pero quien tiene aprender como meta, se vuelve eterno estudiante, y aunque obtenga licenciatura, maestría, doctorado, nunca se satisface, sigue dedicado a acumular y acumular conocimientos que nunca aplica ni aprovecha.
Ser ‘alguien’
Desgraciadamente hay quienes creen que su profesión les da su identidad y valor como seres humanos. Ignoran que su dignidad no depende de un título, sino de ser creados y amados por Dios.
Obtener buen empleo y ganar mucho dinero
Tener títulos no garantiza, y menos en estos tiempos, conseguir el trabajo anhelado; ni
siquiera obtener algún empleo bien remunerado.
Estas 3 motivaciones para estudiar probablemente llevarán a quienes las dieron a sentirse fracasados y frustrados, cuando no logren aprender tanto como desean, su título no les dé el reconocimiento que esperan y no consigan su trabajo soñado.
Afortunadamente no son las únicas. Existe otra que garantiza, a quien la tiene, nunca frustrarse y alcanzar siempre su meta, sin importar las circunstancias o dificultades que enfrenten. Es la motivación para estudiar que mencionaron alumnos para quienes Dios ocupa el centro en su proyecto de vida:
Descubrir para qué tengo facilidad, desarrollar al máximo los talentos que Dios me ha dado, y ponerlos al servicio de mi comunidad.
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