Antes de ver la paja en el ojo ajeno hay que ver la viga en el ojo propio.
En los conflictos con otras personas suele pasar que cada quien fija su atención en el mal que siente que le hicieron y no reconoce el que tal vez hizo. Se siente víctima y cree tener derecho a desquitarse. Pero un pleito del que nadie admite su responsabilidad, sino culpa a otros, se alarga y crece.
Por eso el Señor, conocedor del alma humana nos cuestiona e indica qué debemos hacer: “¿Cómo es que miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, deja que saque la paja que hay en tu ojo’, no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la paja que hay en el ojo de tu hermano.” (Lc 6, 41-42).
Esto, que aplica a nuestras relaciones con los demás, a nivel personal, aplica también a las relaciones entre los países.
Cada día dedico una media hora a ver noticiarios internacionales, y creo que el título de la mayoría de los conflictos que se desarrollan en el mundo, podría ser: ‘La paja en el ojo ajeno’. Consideremos estos ejemplos:
Un día aparece en el cielo de una superpotencia occidental un circulito blanco que parece la luna pero en realidad es un satélite que supuestamente se le perdió a una superpotencia asiática. La primera acusa a la otra de espiarla. La segunda se indigna y lo niega. Entonces de la superpotencia occidental se filtran unos documentos secretos que revelan que se la pasa espiando a todo el mundo, y no sólo a sus enemigos, sino incluso ¡a sus aliados! Se quejaba de ser espiada, y ella ¡espía!
Los noticiarios muestran una ciudad devastada. Hilera tras hilera de edificios carbonizados por continuos bombardeos, gente que huye con lo puesto a un destino incierto. Hay justa indignación internacional. Por su parte, el noticiero del país agresor muestra otra ciudad cuyas casas están quemadas por las bombas. Y denuncia que sus enemigos no tienen piedad pues bombardearon una zona residencial.
El presidente de un país latinoamericano que llegó al poder tras derrocar a un dictador que se perpetuó en el poder cometiendo atrocidades, ahora se perpetúa él cometiéndolas iguales o peores, encarcelando, asesinando y desterrando a quien se atreve a cuestionarlo.
En países cuyos propios habitantes han dejado de convivir en paz, tanto unos como otros se han hecho un daño terrible que va desde lanzarse piedras, hasta bombas. Y tanto unos como otros se justifican a sí mismos y echan toda la culpa a sus adversarios.
¡Queda uno boquiabierto al escuchar las declaraciones de los que señalan el mal que cometen otros y convenientemente pasan por alto el que cometen ellos!
Y si esto sigue así, y desgraciadamente nada hace pensar que cambiará, los ánimos se seguirán crispando, pues cada parte involucrada se siente víctima, con derecho a desquitarse, y quién sabe esto a dónde irá a parar, cuál será la chispa que encienda la mecha que detone un conflicto que en poco tiempo se vuelva mundial.
¿Cuándo y quién prestará oído a lo que nos ha pedido el Señor y reconocerá que hay culpa en todos, así que sin importar quién empezó la hostilidad, urge ponerle fin y empeñarse en construir la paz?
*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.
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