Es lo que viene a la mente al pensar en los no creyentes que viven dando bandazos entre la autosuficiencia y el desamparo, y uno quisiera que un día se dieran cuenta de que Jesús está a su lado, como le pasó a un conocido ateo que sólo porque buscaba un sitio silencioso, visitaba cierta parroquia y gozaba sentándose en un lugar que lo llenaba de paz. Él no lo sabía, pero estaba al pie del Sagrario. Un amigo le informó que allí habitaba Aquel que lo serenaba.
Es lo que se piensa al recordar que nuestros hermanos mayores, los judíos, aún aguardan al Salvador prometido, y uno quisiera que se dieran cuenta de que ya ha venido, como le sucedió a aquel médico forense del FBI al que le llevaron a analizar un fragmento de Hostia sangrante, sin decirle qué era. Descubrió que se trataba de tejido de un corazón que había sufrido una atroz agonía, pero lo extraordinario es que tenía las células vivas. Preguntó: ‘¡¿de quién es esta muestra?!’ le respondieron: ‘¡de tu Mesías!’
Es el anhelo que surge al mirar a los hermanos separados que recorren las calles anunciando a Jesús y creen que lo más cerca que pueden estar de Él es teniendo la Biblia en la mano. ¡Cómo se llenarían de alegría si comprendieran que Aquel al que aman y predican, está presente en la Eucaristía! De seguro se convertirían, como aquel policía evangélico que antes de la primera visita de san Juan Pablo II a Nueva York, revisaba la Catedral de san Patricio con un perro entrenado para detectar explosivos e individuos escondidos, y le impactó que éste se puso a ladrar porque detectó Persona oculta en el Sagrario. Cuando este policía llegó a su casa, leyó con nuevos ojos el capítulo 6 del Evangelio según san Juan. Por fin captó que Jesús hablaba en serio de darnos a comer Su Cuerpo y a beber Su Sangre, y que a los que se fueron horrorizados, no les les dijo que hablaba en símbolos ni que entendieron mal, los dejó marchar porque no había nada que aclarar. Supo que cuando Jesús dijo: “Éste es Mi Cuerpo”, “Ésta es Mi Sangre”, no hablaba simbólicamente, sino dejaba Su Presencia real, cumplía Su promesa de quedarse con nosotros hasta el final.
Es lo que se piensa al ver católicos distraídos durante la Consagración, o pasar frente al Santísimo sin rendirle honor, o dejar la Iglesia porque en otro lado cantan bonito o es muy simpático el pastor. Si comprendieran que abandonan al Señor, que el mejor remedio para su depresión, miedo, desánimo o soledad es irlo a visitar, que está siempre esperando, dispuesto a escucharlos, ayudarlos, colmarlos de Su paz.
Lamentablemente muchos no lo saben y otros todavía necesitan ver para creer.
Por eso de vez en cuando el Señor condesciende, amoroso, descorre el velo y nos permite asomarnos a contemplar una realidad que normalmente está oculta a nuestros ojos. Nos deja constatar que lo que aprendimos, sabemos, sentimos e intuimos, lo que enseña la Iglesia acerca de la Eucaristía, es verdad: Jesús esta realmente presente en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad.
Es lo que llamamos ‘milagros eucarísticos’.
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