Trazaron dos líneas paralelas en el suelo, muy separadas entre sí. A una cuerda larga le hicieron un nudo, la colocaron atravesada sobre las líneas, con el nudo en medio de éstas. Formaron dos equipos. Cada uno tomó un extremo de la cuerda, para tirar de ésta. Ganaban los que hacían pasar el nudo por encima de la línea de su lado.
Estaba en un parque viendo a unos amigos divertirse jugando esto, y pensaba que en nuestra vida existe también una línea divisoria. No está pintada en el suelo, es invisible, pero es real, y todo, absolutamente todo lo que pensamos, decimos, hacemos o dejamos de hacer, queda de uno o de otro lado de esa línea.
De un lado de la línea, tirando fuerte de la cuerda, está nuestra condición de habitantes de un mundo en el que todo es relativo, la moral es elástica, la mentalidad es: ‘si se siente bien, está bien’.
Del otro lado de la línea, está nuestra condición de católicos, miembros de la gran familia de Dios.
A cada momento, en cada situación que enfrentamos hay un tirón de la cuerda que nos pone de un lado o del otro de la línea. He aquí algunos ejemplos:
Una persona te ofende. De un lado de la línea, la cuerda del mundo tira para que pienses: “es una tal-por-cual, me la va a pagar, a mí nadie me ‘ve la cara’, en cuanto pueda me desquito, no se la va a acabar”. Del otro lado de la línea, da un tirón a la cuerda el recuerdo de que Jesús dijo: ‘bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán misericordia”, y que en el Padrenuestro pedimos ser perdonados como nosotros perdonamos, así que arriesgamos mucho al no perdonar.
Alguien contrae una enfermedad incurable. De un lado de la línea, la cuerda del mundo tira para que se llene de amargura pensando: ‘¡qué horror!, ¡qué desgracia!, ¿por qué me pasa esto a mí?, ¡no es justo!’. Del otro lado de la línea da un jalón el ejemplo de los santos, que sufrían con paciencia, uniendo sus padecimientos a los de Cristo, para hallarles sentido redentor, aprovechándolos para valorar la atención de su familia, tener empatía hacia otros enfermos, y crecer en paciencia, humildad y amor.
Una joven queda embarazada. De un lado de la línea, el mundo tira de la cuerda diciéndole: ‘¡qué inconveniente!, ¡deshazte de esto cuanto antes!, ¡tienes derecho!, ¡sólo son células!’. Del otro lado de la línea, siente el jalón, en su conciencia, de lo que aprendió en la Iglesia: ‘llevas el don precioso de una vida humana. No tienes derecho a impedirle nacer. Es una bendición, no una molestia.’
Todos los días, a cada momento, sentimos el jalón de un lado y del otro. ¿Quién tira más fuerte? El que de su lado tiene más integrantes.
El equipo del mundo tiene muchos: los malos ejemplos que nos propone a través de los medios de comunicación, que muestran como bueno lo malo y como malo lo bueno; las adicciones (al alcohol, la droga, la pornografía) que nos hacen dependientes y nos privan de nuestra libertad de decisión; las redes sociales que, mal empleadas, nos dejan incomunicados y con un gran vacío interior.
Como católicos, contamos con la gracia de Dios y un gran equipo con más y mejores medios para ayudarnos a obtener la victoria. Lo malo es que a veces los dejamos de lado. ¡Debemos aprovecharlos! Por ejemplo, si nos confesamos, no sólo somos perdonados, sino recibimos una fuerza para resistir el tirón de la cuerda del pecado. Si comulgamos, Jesús se nos da como alimento, para ayudarnos a amar como Él nos ama, y a no dejarnos vencer por el jalón de violencia o de indiferencia de la cuerda del mundo. También nos sostiene orar, leer, reflexionar y recordar la Palabra de Dios, la poderosa intercesión de María, la ayuda de los ángeles y de los santos.
A cada instante tenemos la posibilidad de dejarnos llevar de un lado de la línea y reaccionar como reacciona el mundo, o mantenernos firmes en el otro lado y vivir a plenitud nuestra gozosa condición de bautizados, hijos muy amados de Dios.
Preguntémonos siempre: ¿hacia qué lado nos dejamos llevar?, y ¿de qué lado de la línea invisible queremos estar?
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