No podían ser más diferentes.
Uno realizaba un trabajo rudo, el otro era un intelectual. Uno tal vez no sabía escribir, el otro estudió con los mejores maestros. Uno era lo que se dice un ‘don nadie’, el otro era respetado por las más altas autoridades. Pero tenían algo en común, lo fundamental: Jesús los eligió como Apóstoles y ambos aceptaron y se entregaron a su vocación hasta dar la vida.
Son san Pedro y san Pablo, pilares de la Iglesia Católica, uno, el primer Papa de la historia, al que Jesús dio las llaves de Su Reino, y el otro el mayor evangelizador.
Los celebramos juntos cada 29 de junio, buena oportunidad para reflexionar cómo nuestra Iglesia sabe acoger a las personas más distintas, a gente de toda raza y condición social, política, económica, cultural. No en balde tiene el título de católica, es decir universal. Así ha sido, así es y así debe seguir siendo.
Escribo esto a tres días de las elecciones. Obviamente no sé cuál será el resultado, pero lo que sí sé es que provocará un gran descontento en quienes no votaron por quien resulte electo. Y ello puede provocar discusiones, divisiones y pleitos. No permitamos que esta situación se introduzca en la Iglesia, afectando y dividiendo a los grupos parroquiales, a las comunidades, a los fieles. Recordemos que no la fundó Jesús sólo para los de ‘derecha’ o ‘izquierda’, sino para todos.
Sigamos el ejemplo y pidamos la intercesión de san Pedro y san Pablo, que a pesar de sus grandes diferencias, se reconocieron igualmente necesitados de la gracia de Dios, y llamados a edificar juntos Su Reino de amor, de paz, de justicia y de perdón.
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