“Las virtudes se prueban en las ocasiones, no en los rincones”, decía santa Teresa de Ávila.
¿Eso qué significa? Que cuando nos sentimos seguros y estamos tranquilos nos es fácil suponer que poseemos ciertas virtudes o cualidades. Pero ¿y si somos puestos a prueba?
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Decía una viejita: ‘yo tengo muy buen carácter, ¡nomás no me hagan enojaaaar!!’
Si nadie te ha ofendido, puedes fantasear en que perdonas fácilmente, pero no lo sabrás hasta que alguien te diga o haga algo que de veras te duela y enoje, y entonces debas elegir guardarle rencor o perdonarle.
Un hombre casado puede considerarse fiel, pero no sabrá si lo es hasta que tenga oportunidad de engañar a su esposa y elija no hacerlo.
Una empleada puede jurar que es muy honrada, pero no lo comprobará hasta que pudiendo robar algo, no lo haga.
Durante el confinamiento por la pandemia, muchos pensaron que les había mejorado el carácter, pero es que no convivían con esos condiscípulos, compañeros de trabajo o parientes políticos que les crispaban los nervios.
¿Entonces tenemos que someternos a prueba para asegurarnos de que en verdad somos virtuosos? No. Sería temerario ponernos a propósito en tentación, no sea que caigamos. Nos puede pasar como a don Quijote, que para probar si su armadura era resistente le dio tal aporreada que la dejó inservible. En la vida enfrentaremos de por sí las tentaciones, no tenemos que buscarlas; lo que sí podemos hacer es irnos preparando para superarlas. ¿Cómo? He aquí 3 recomendaciones:
Nunca creer que ya logramos dominar cierta virtud. Hemos de seguir siempre trabajando en ella. En la vida se cumple eso que dicen los cronistas deportivos: ‘el partido no se acaba, hasta que se acaba’, es decir, hasta en el último minuto es posible que todo cambie y pierda el que creía ganar o viceversa. Jesús dice que se salvará el que persevere hasta el final.
Pedir a Dios, como nos enseñó Jesús: “no nos dejes caer en la tentación”, lo cual no hay que entenderlo como si en un juego de mesa de ésos en los que uno avanza su ficha de casilla en casilla, pidamos que no caigamos en el cuadrito que dice ‘tentación’. Lo que pedimos es que cuando estemos en tentación (las tentaciones son inevitables), cuando seamos puestos a prueba, no caigamos en el pecado. Encomendémonos también a nuestra Madre y a la intercesión de santos que tenían la virtud que queremos conquistar. Que rueguen por nosotros.
¿Qué es eso? Es un fruto del Espíritu Santo (ver Gal 5, 22). Consiste en tener control de nosotros mismos, de nuestros deseos, instintos e inclinaciones, para no permitirles gobernarnos y así impedir que nos orillen a caer en el pecado.
Solemos pecar por falta de dominio propio y viceversa, con dominio propio evitamos el pecado. Por ejemplo, quien domina su antojo no cae en la gula; si domina su mirada e imaginación, no cae en la lujuria; si domina su ira, no dice o hace algo que pueda ofender o dañar a alguien.
Es muy importante ejercitarnos todos los días en el dominio propio, y enseñar a los niños a practicarlo también. ¿Cómo? Mediante pequeñas prácticas cotidianas que van fortaleciendo nuestra voluntad. He aquí algunas sugerencias: levantarnos a la primera, no ceder a la tentación de dormir otro ratito. Cerrar la ducha al terminar de bañarnos, no quedarnos ni un segundo disfrutando (y por cierto desperdiciando) el agua caliente. Servirnos poco y cerrar la bolsa o la caja de ese cereal o galletas que tendemos a comer y comer sin pensar. Enseñar a los pequeños a posponer unos minutos el disfrutar la golosina que recibieron; hacer la tarea primero y jugar después; realizar al momento y sin protestar el quehacer que tienen asignado en el hogar.
Éstos son sólo unos cuantos ejemplos del modo como podemos ir practicando cada día el dominio propio. De lo que se trata es de ir aprendiendo a decir no, a no caer en la tentación, entrenarnos, como diría santa Teresa, en los rincones, para salir victoriosos en las ocasiones.
JMJ
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