‘¿Cómo puedo volver a ser feliz después de esto?’, ‘¿cómo puedo seguir adelante sin derrumbarme?’, ‘¿cómo impedir que esto me amargue el alma de aquí en adelante?’
Son preguntas que se plantea mucha gente cuando le sucede algo tan fuerte y terrible que la sacude interiormente, le hace pensar que a partir de ese momento ya nada será igual: un diagnóstico demoledor, la enfermedad o la muerte de un ser muy querido, una crisis familiar, perder el empleo, quedarse sin lugar para vivir, sin dinero.
Y solamente hay una respuesta: con la ayuda de Dios. Sólo Él nos da la fuerza para sobrevivir minuto a minuto, día a día, las dificultades y tragedias de la vida.
Tenemos el ejemplo de la Virgen María. El Evangelio que se proclama este domingo en que la Iglesia celebra a la Sagrada Familia (ver Lc 2, 22-40), dice que cuando María y José fueron al Templo de Jerusalén a presentar al Niño Jesús, como lo pedía la Ley de Moisés, se encontraron con un anciano llamado Simeón, que supo reconocer en el Niño al Salvador, lo tomó en brazos, profetizó muchas cosas en relación con éste, y al final le anunció a María: “y a ti, una espada te atravesará el alma”.
Decía santa Teresa de Ávila que María le reveló que cuando Simeón pronunció aquellas palabras, Ella tuvo la visión de lo que le sucedería a su Hijo en Su Pasión (ver Relaciones 36, 1). ¡Eso significa que vio que sería traicionado, aprehendido, negado, abofeteado, escupido, coronado de espinas, flagelado, cargado con la cruz, crucificado!
¿Te imaginas lo que fue para Ella pasar del gozo inmenso de tener en brazos a su adorado bebé recién nacido, al horror de contemplar, con brutal realismo, lo que le iba a pasar? Era como para ponerse a llorar, a rogarle a gritos a Dios que no permitiera que aquello sucediera, pero el Evangelio no registra ninguna reacción de María. ¿Por qué? Porque no tuvo ninguna. Aunque aquello era como para estremecerla de pies a cabeza, Ella lo asumió como lo asumía todo: como esclava del Señor, con la conciencia de que si aquello era voluntad de Dios, eso le bastaba para aceptarlo, con la absoluta certeza de que llegado el momento, Él le daría Su gracia para superarlo.
Y entre tanto, no podía permitirse perder la paz, la confianza, la esperanza. No podía permitir que el temor a lo que en el futuro sucedería, empañara la infinita alegría de criar y disfrutar a su Hijo cada día.
En este 31 de diciembre, en que termina un año que fue terrible para mucha gente, año de pérdidas muy dolorosas, volvamos todos la mirada hacia María, que a pesar de recibir aquella noticia devastadora, logró salir adelante, tomada firmemente de la mano de Dios, y llegado el temido momento de su cumplimiento, pudo mantenerse firme, y acompañar a Jesús en el Calvario y aún al pie de la cruz.
Y no es casualidad que el año civil inicie, como siempre, con la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.
Se nos invita a volver hacia Ella la mirada, al terminar y al empezar el año, para encomendarnos a su maternal intercesión, con la confianza de saber que comprende nuestra tristeza, nuestra angustia, nuestro dolor, y nos alienta con su ejemplo a seguir adelante valientemente; nos auxilia con su poderosa oración, y nos propone un camino, el mismo que Ella recorrió: avanzar paso a paso, día a día, derrotando todo temor poniendo nuestra mano, confiadamente, en la mano del Señor.
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