Son atractivos, simpáticos, presentan de manera atrayente lo relativo a nuestra fe, y por ello tienen miles, incluso millones de seguidores en sitios como Facebook, Instagram, Tik Tok. Son los llamados influencers católicos o evangelizadores digitales.
Y como siempre pasa con quien hace mucho bien, el diablo los odia, y tiene para ellos tentaciones (que como toda tentación está hecha a la medida, para hacerles caer), entre las que se cuentan estas cinco:
1. No prepararse. Creer que ya conocen el tema y no seguir estudiando, leyendo, profundizando. Puede conducirlos no sólo a estancarse, sino a difundir errores.
2. Dar mal testimonio. No vivir lo que predican, y, peor aún, dar a conocer su incoherencia como si fuera digna de imitar.
3. Anteponer popularidad a verdad. Con tal de obtener likes, no tocar temas controversiales o plantearlos a favor del punto de vista mundano, no del católico.
4. Desanimarse. Si baja su número de seguidores, claudicar, abandonar una labor que valía la pena porque aunque fuera a poca gente, le hacía mucho bien.
5. Caer en la vanidad. Creer que su popularidad se debe a sí mismos, y no a Dios, que es quien les dio vida, salud, talento y medios para difundir la Buena Nueva del Reino.
La vanidad abre la puerta a la soberbia, que es un pecado mortal. Qué peligro para ellos, que ayudan a tantas almas, ¡perder la suya!
Los influencers católicos y evangelizadores digitales están en constante riesgo de caer en estas tentaciones. Podemos ayudarlos a vencerlas si no sólo los seguimos, sino pedimos por ellos en nuestras diarias oraciones.
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