AYER: Los inacabables descubrimientos arqueológicos nos revelan un pasado cada vez más desconcertante: no solo son el “ayer” sino el “antier” y el “antes de antier” de lo que somos como humanidad. Nuestras raíces como civilización han resultado más variadas y mucho más antiguas de lo que hasta ahora se había afirmado. Los rastros de presencia humana no se limitan a asentamientos antiguos emblemáticos o a cerámicas y artefactos rudimentarios, también se han encontrado huesos de animales extintos que revelan heridas provocadas por la cacería organizada de nuestros antepasados. En el ámbito bíblico, nuestros “primeros padres” seguirán siendo Adán y Eva; en términos arqueológicos tal vez nunca conozcamos el origen preciso.

HOY: Miramos a nuestro alrededor y parecería que siempre han estado ahí tantas cosas cotidianas: herramientas, utensilios, materiales, procesos que nos facilitan la vida, pero que iniciaron hace cientos, miles y decenas de miles de años. Las nuevas tecnologías nos siguen sorprendiendo, pero no hubieran sido posibles sin lo sencillo y práctico que es un hilo, un bastón o un gorro. Y nos estamos abriendo a un horizonte en donde la llamada “inteligencia artificial” –como todo invento- puede hacernos crecer bella y honestamente, o nos puede llevar a abismos insospechados.

SIEMPRE: El libro del Génesis -más que ser una ventana arqueológica- es un perenne retrato de nuestra condición humana, siempre necesitada de su entorno y en reto de aprovecharlo con medida, que siempre anhela y busca más, pero debe conseguirlo por cauces debidos, que siempre está en riesgo de confusión y engaño, que pronto nos olvidamos de ideales y nos atrevemos a inventar destinos y modos al margen de nuestra naturaleza. Los arqueólogos investigan el pasado buscando comprender el presente; hemos de volver a leer el libro del Génesis para abrirnos con confianza y seguridad al futuro, que siempre pertenece a Dios.

P. Eduardo Lozano

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