AYER: Desde los primeros cristianos se acuñó la expresión que utilizamos luego de la consagración en la Santa Misa: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección: ¡Ven, Señor Jesús! En ella se manifestaba el anhelo de la segunda y definitiva venida de Cristo, que en palabras oficiales llamamos “parusía”, y se hacía énfasis en la celebración que marcaba el ritmo de la vivencia de la fe: la resurrección de Jesús. No, los primeros cristianos no celebraban el nacimiento de Jesús, no había posadas, ni adviento, ni nada de lo que hoy adorna al mes de diciembre. Fue el Papa Liberio, en el año 354, quien estableció la fecha del 25 de diciembre para celebrar el nacimiento de Jesús, y hasta finales del siglo IV e inicios del siglo V se empezó a modelar lo que hoy conocemos como tiempo de Adviento.

HOY: Hemos engalanado tanto la Navidad que parecería ser la principal celebración de todo cristiano y hasta del mismo año civil. No por poca cosa la historia cuenta los años como “antes de Cristo” o “después de Cristo”, haciendo referencia a la fecha de su nacimiento, no de su muerte y resurrección. Tiene tanto peso celebrar el nacimiento de Jesús, que el saludo “Feliz Navidad”, ciertamente es uno de los más repetidos y adornados en lo que podemos llamar la cultura occidental. También hay que señalar que la “contaminación” comercial y la influencia anglosajona nos han invadido con un personaje gordo, viejo y rojo que no tiene nada qué ver con la Navidad.

SIEMPRE: El nacimiento de cualquier ser humano jamás dejará de ser un acontecimiento familiar: los esposos, los tíos, las abuelas, los hermanos mayores, los primos y cualquier vecino, siempre estará atento a la mujer que ha dado a luz. Sin duda ahí radica el gran valor que le hemos dado dado a la celebración del Nacimiento de Jesús, como si en el suyo viéramos reflejado nuestro propio nacimiento, o el de nuestros hijos y nietos. Al vivir la Navidad en paz y familiarmente, bien nos caería darle gracias a Dios el nacimiento de cada miembro de la familia y no esperar al cumpleaños -con su respectivo pastel- de cada quien, pues luego las prisas y las cortesías de rigor nos llevan a quedarnos en algo superficial.

P. Eduardo Lozano

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