AYER: Estafadores siempre aparecen por doquier. Desde Irlanda arribó a estas tierras el militar Guillén de Lampart (en 1640) y estuvo a punto de llegar al culmen de sus engaños y hacerse del poder virreinal. Finalmente y luego de 17 años de cárcel terminó ejecutado por impostor. Desde Italia llegó el sacerdote Gennaro Riendo (noviembre de 1916) y en el curso de unos pocos días se hizo pasar como enviado del Vaticano y logró urdir un plan para constituir la supuesta “Iglesia Católica Nacional”, respaldado por políticos y carrancistas anticlericales de la época. Desde la Curia Arquidiocesana se le desenmascaró y rápido desapareció llevándose un discreto botín y dejando en ridículo a quienes lo respaldaron.

HOY: La así llamada “inteligencia artificial”, que no va más allá de ser un espectacular artificio de la inteligencia propia de la humanidad, nos posibilita al embuste e impostura en niveles insospechados. Subrayo que no haría falta tanta tecnología para abusar del prójimo; lo hemos hecho a lo largo de la historia, la diferencia está en que el escondite para el estafador ahora es más complejo, está mejor disimulado, ¡ahí hay enorme diferencia! Me atrevo a decir que incluso tales o cuales legislaciones y tecnologías están hechas a modo, como para que quien estafa desde el poder político, económico o científico, se esconda tras embustes imperceptibles.

SIEMPRE: La natural inteligencia que ordinariamente tenemos necesita del conocimiento adquirido en aulas y libros. Y cuando añadimos el sabroso ingrediente de la experiencia de los mayores, así como de los valores cívicos, los ideales morales y el espíritu religioso que nos da la fe, pues iremos mejor defendidos ante toda clase de estafadores, merolicos y busca-tontos de todo tipo. Hay que decirlo contundentemente: No estamos abandonados a la mentira ni a la maña de corazones torcidos, pero es necesario abrir los ojos y el corazón para ser iluminados por la verdad. Como dijo Jesús: Velen y oren para no caer en el momento de la prueba.

P. Eduardo Lozano

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