UNA COSA ES TENER los utensilios, los ingredientes y la receta del mejor pastel de chocolate con cerezas y otra es poner manos a la obra hasta lograr la experiencia y calidad que lleven a disfrutar de un delicioso “selva negra”…
TEN CUIDADO SI ES QUE algún fulanito te habla maravillas de los pasteles que hace, sobre todo cuando no tiene los utensilios básicos, cuando más parece plomero o cantante, o cuando lo que necesitas
no es un pastel “selva negra” sino controlar tu glucosa…
EN UN SALTO TRIPLE vuelta –como de acróbata circense- brinco hasta los horizontes de la patria, y sin pretensión de que alguien se ofenda, me atrevo a preguntar: ¿necesitamos que nos prometan que
todo va ir mejor o necesitamos resultados comprobables?, ¿necesitamos caras bonitas y discursos apantalladores o seguridad y salud constatable?, ¿necesitamos que nos adornen la desgracia o
hacer frente a la realidad aunque esté fea?…
NO CREAS –AMABLE LECTOR– que las preguntas tienen tinte político o que están planteadas para descabezar cualquier mono, más bien quieren ser preguntas que aterricen en lo inmediato de la patria que inicia en tu propia familia, porque estoy seguro que no quieres que tu hijo diga que ahora si va a estudiar sino que traiga buenas calificaciones; no quieres a tu hija bien maquillada, sino asumiendo valores e ideales; no anhelas palabras huecas de consuelo sino soluciones al problema familiar…
SOSPECHO QUE UN MAL común en tantos mortales que nos decimos católicos, es que cuando
vamos a la parroquia queremos encontrar pasteles “selva negra” y descuidamos la verdadera necesidad -semejante a controlar la glucosa-; es decir, cuando participes en tu parroquia que no sólo sea para sentirte bien y que se cumplan tus deseos, sino para hacer el bien y corresponder a Dios como Él merece…
ACABO DE VER un documental sobre la labor de un maestro de primaria en una escuela “multigrado” de las montañas de Chiapas, lleva por título “El Sembrador” y seguro lo podrás encontrar en internet, y lo comento porque me dio pauta para reflexionar sobre tres deseos que quiero proyectar sobre la patria,
la iglesia y la familia…
EN EL PRIMER DESEO diría que mucho anhelo que el progreso y crecimiento –familiar, eclesial, nacional- no se dieran por el dictado fantástico de un iluminado que cree poderlo todo y saberlo todo, sino por la
participación sensata y razonable de cada quien, desde su lugar, desde su identidad, desde su capacidad…
COMO SEGUNDO DESEO, plantearía que la calidad de mi patria, mi iglesia o mi familia, no se midieran por obras sólo materiales y hasta faraónicas, o por eventos deslumbrantes y ruidosos, sino por la constancia y tenacidad en acciones discretas pero eficaces, tal vez lentas pero seguras…
EN TERCER LUGAR pongo un deseo más elaborado pero no menos importante: que los cambios, que el futuro, que los proyectos no se fundamenten en modas ideológicas, en teologías rebuscadas o en sentimentalismos edulcorados, pues solemos plantearnos metas más de ensueño y azúcar (como el pastel aludido) que caminar a ras de suelo con riesgo de pisar algo que no sea piedra y que nos embarre…
PIDIENDO PERDÓN por las previas palabras que rayan en el mal gusto, y termino diciendo que en el
documental mencionado se hace gala del trabajo comunitario, de la reflexión sencilla y compartida,
de la discreta perseverancia que no anhela aplausos estelares ni lisonjas mañaneras, de la convicción de un servicio cifrado en la entrega, de los ideales que nacen de la necesidad asimilada y no solo sufrida, y hasta podría decir que en ese filme vi a un Cristo laico, a un Mesías de a pie, a un Redentor que pone el cielo a ras de suelo, sin prometer pastelitos encelofanados…
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