AYER: Una intervención quirúrgica era –apenas hace algunas décadas- una arriesgada aventura con resultados empañados por una probabilidad alta de riesgos. Los estudios previos y los cuidados posteriores solían ser amplios y molestos; además, las medicinas utilizadas también acarreaban riesgos y contraindicaciones necesarias. Someterse a una operación era sinónimo de cicatrices y enormes gastos. Recurrir a la intercesión de tales o cuales santos para alcanzar la salud era camino casi obligado.
HOY: Los progresos médicos han avanzado a pasos de gigante. Tanto la experiencia compartida como la profundización y especialización de tales o cuales estudios, así como el avance tecnológico y la mejora de medicamentos, hacen que una operación a corazón abierto casi sea juego de niños. Indudablemente que un factor importante ante una cirugía, siempre será la salud y la resistencia ordinaria de cada individuo, y aunque esos índices se encuentren en niveles bajos, la medicina ya tiene herramientas y medios para tener altos niveles de éxito. En el punto actual, hemos dejado descansar a los santos protectores ante unas y otras dolencias.
SIEMPRE: La enfermedad es parte de nuestra existencia. No nos podemos calificar de auténticos humanos si nos desentendemos del dolor y los sufrimientos anejos al deterioro de la salud. Antes o después nos dolerá una muela, nos romperemos un hueso, fallará el estómago, nos pescará un resfriado, y de ahí “pa’l real”, como decían los abuelos. Si en otro tiempo rogábamos a un santo para remediar alguna dolencia, hoy bien entendemos que la oración nos ayuda a sobrellevar con paciencia y equilibrio cualquier situación adversa, y no sólo la enfermedad. De manera especial invocamos a la Virgen María –siempre- pidiendo que ruegue por nosotros “ahora, y en la hora de nuestra muerte”.
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