IMAGINA QUE TE REGALARON una camisa o una blusa –según sea el caso- que por especial y hermosa la dejas guardada en tu ropero por días, meses y años (si lo dicho es cierto, será mera coincidencia); o imagina que te dieron una casa incomparable con todo -¡todo!- lo necesario para habitarla y disfrutarla, pero por angas o mangas o no la has habitado porque no crees que sea tan bella, o la has ensuciado y estropeado porque no te has dado cuenta de su valor e importancia (¿será esto otra coincidencia?)…
ME REGALARON UNA CAMISA en verdad muy cómoda, bonita, de primerísima calidad, color espléndido (¿qué color es ése?), sé cuánto costó y eso le da una importancia especial -¡única!- a tal camisa; desde que me la regalaron la traigo puesta y no me la quito porque no puedo ni quiero quitármela y me da identidad superlativa: ¡estoy hablando de mi bautismo como si fuera una camisa!…
TAMBIÉN ME REGALARON una casa bella y luminosa pero con inquilino incluido (¡¿qué?!), un hogar que más bien es templo, que acaso la he descuidado y hasta he ofendido al inquilino (¡perdón, debo escribirlo con mayúsculas: INQUILINO!); tal casa-templo es mi cuerpo, mi vida, todo lo más bello y noble que soy y quiero, todo lo que Dios espera de mí: ¡estoy hablando de mi confirmación que me ha hecho templo del Espíritu Santo!…
ME DAN GANAS DE seguir hablando de cada sacramento como la salud que necesito (el perdón, la reconciliación), como la profesión o trabajo que más he deseado (matrimonio, orden sacerdotal), como el alimento sabroso y exquisito que me nutre (eucaristía) o el apapacho y consuelo que me levanta en los momentos difíciles (unción de los enfermos); pero cada comparación se queda corta ante la realidad de cada sacramento…
ES MUY CIERTO –y en el fondo me duele- que muchos padres de familia se acercan a las parroquias para preguntar sobre el bautismo o la catequesis y primera comunión de sus hijos pero sólo como si fuera un trámite que hay que cumplir, una tarea qué realizar, o –en el “mejor” de los casos- como un evento social que con la respectiva fiesta rompa la rutina desabrida de la vida…
CADA SACRAMENTO ES un encuentro-regalo especial en el que Dios nos da su gracia para que la proyectemos en la vida, no para que la guardemos como ropa elegante que luego jamás usamos; cada sacramento es una súper-provisión que nos vivifica para servir y no una estrellita que nos ponen en la frente por bien-auto-portados; cada sacramento es como un video cotidiano que se actualiza diariamente (¿vale la expresión?) y no como una foto que acaba avejentándose si es en papel, o almacenada en la memoria de silicio que luego se borra y ya…
HABLÉ DEL BAUTISMO como si fuera una camisa y dije que conozco cuánto costó: su precio es el mismo de cada sacramento y nadie más lo pudo haber pagado, la sangre preciosa del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…
EL VALOR DE CADA REGALO de Dios es incomparable y todo lo que nos da está centrado finalmente en la entrega amorosa-generosa-total de su Hijo en la cruz, como sacrificio único y definitivo que nos reconcilia con Él y que nos da la Vida Eterna…
DEBO DECIR QUE a mí mismo me rebotan en la cabeza y en el corazón palabras y expresiones como “sangre preciosa”, o “entrega en la cruz”; la razón es sencilla y es comprensible cuando vemos tanta sangre derramada por la violencia, la guerra, la opresión, las injusticias, o tantas cruces de indiferencia y desprecio: estos hechos son sangre que nunca debió derramarse, cruces que no debieron erigirse…
POR HOY TERMINO subrayando que la sangre y la entrega siempre nos hablarán de lo más propio de la vida y el amor, y solo en esa perspectiva es que podemos hablar de belleza y plenitud, pues quien reserva su vida para sí mismo la pierde, y quien la entrega, realmente la gana (asómate a Mt 10, 29, pues son palabras de Jesús); ¡ah!, el color espléndido de mi camisa bautismal en el mismo color de la sangre de Jesús…
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