AYER: En el retrovisor de la historia vuelvo –muy de reojo- a los acontecimientos que Francia vivió en el entorno de 1789 y que repercutieron en todo el mundo occidental. Aquella revolución marcó el fin de una etapa que nunca fue la ideal y el resultado tampoco fue envidiable. Las situaciones de injustica y opresión, los déspotas y tiranos (casi siempre bien disfrazados de héroes), las calamidades de todo tipo, nos acompañarán por los siglos de los siglos, no hay duda. Y esta afirmación, lejos de ser pesimista, más bien pretende que no despeguemos los pies del suelo y nos dejemos embaucar por otros más que lleguen con piel de oveja.
HOY: De la Revolución Francesa se refresca anualmente el recuerdo de lo que subrayaron los vencedores, y lo mismo sucede con nuestra gesta de independencia y similares: olvidamos los excesos de quienes mandaron escribir la historia. Los modernos medios de comunicación y divulgación de noticias y hechos, aunado a los registros y archivos que ya no dependen de una autoridad central, parece que ayudan a un juicio más equilibrado de la historia. Quienes hoy ostentan poder –en todo ámbito y nivel- están más y mejor vigilados; pero no nos confiemos, que al mejorar cualquier ley, también ellos sabrán aumentar la maña.
SIEMPRE: Jesucristo se presentó como el Buen Pastor y con esa imagen nos invita a la atención y la prevención. No es la sola presencia del pastor lo que cancela el peligro de los lobos, y si el rebaño atiende a la voz del pastor, ciertamente el riesgo del mal irá a menos. Tenlo muy claro: el Buen Pastor no es mero adorno para las fiestas ni su tarea es apapachar a cada oveja. Su vara y su cayado sirven para corregir a la oveja que se desvía o para evitar el paso de todas hacia el desfiladero. El Buen Pastor ni se esconde asegurando su propio pellejo ni se queda lejos conformándose con que el lobo se lleve una oveja y así deje en paz al resto. El Buen Pastor sabe que todos los reinos y regímenes de este mundo, antes o después se disfrazarán de cándidas ovejas para dispersar el rebaño y aprovecharse de él.
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