AYER: La vida de las primeras comunidades cristianas estaba impulsada por el testimonio y entrega de quienes recibieron la predicación apostólica y de sus inmediatos sucesores. La viva voz y una tradición que iniciaba, iban conformando poco a poco el ser y quehacer de quienes acrecentaban la Iglesia. No había ni estructuras parroquiales ni centros de peregrinación, no se daban títulos eclesiásticos ni eran necesarios qué trámites para recibir los sacramentos. Lo que se exigió como indispensable y profundo, era el crecimiento en el conocimiento de Cristo y del Evangelio así como la participación en la vida de las comunidades que iban naciendo poco a poco. Fueron tiempos de un catecumenado amplio y serio, orientado a la solidez de la fe que resistiría el embate de las persecuciones tan tremendas.
HOY: Con una rutina que nos pone en riesgo de ser superficiales, actualmente nos acercamos a la parroquia para preguntar sobre trámites y requisitos pre-sacramentales. Con devoción aprendida y reforzada por la costumbre, hacemos procesiones o hablamos del Papa, de monseñores y curas, de colegios católicos, novenarios, mandas y compadrazgos. Son modos y estructuras que han ido naciendo para crecer en nuestra vida social marcada por la fe, para proyectar nuestra fe en la vida cotidiana. Con enormes riesgos también vamos suavizando una exigencia lógica y natural que nos debería comprometer con nuestra comunidad parroquial, que nos debería dar identidad sólida ante la multitud de opiniones superficiales y pasajeras. Nos emociona ser actuales y modernos (con facilidades de todo tipo) pero olvidamos ser serios y constantes (¡los ideales siempre cuestan más!).
SIEMPRE: Conocer y seguir a Jesús como miembros de su Cuerpo que es la Iglesia, nunca ha sido realmente fácil ni sencillo, ni se agota en el cumplimiento y realización de tales normas o devociones. Si acaso la fe fuera una mera etiqueta o estuviera enfocada a colocarnos en una zona de confort, terminaríamos por dejarla atrás como una moda o costumbre pasajera. Aceptar la enseñanza de Jesús y emprender el seguimiento que nos propone es cuestión de toda la vida, por la sencilla razón de que su propuesta es grande y divina: He venido para que tengan Vida y la tengan en abundancia.
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