NO ME LO VAN A CREER, pero tengo dos cosas qué contar y que yo tampoco logro creer del todo, a no ser porque de plano las estoy viviendo y con muchas ganas, con toda intensidad, con emoción y gusto como si de un buen queso derretido se tratase, ya -digamos- un queso oaxaqueño en cazuela con chorizo y champiñones, o de un fondue con su respectivo ajo y su vino blanco; y si no hay más, pues el queso con orégano que se derrite en una quesadilla hechiza…
PONGO COMO ADVERTENCIA que lo escrito aquí -como lo dicho en cualquier otro lado- debe ser entendido en su más tersa y neta realidad; y si de plano quieres que yo diga lo que quieras escuchar, o sigues esperando que mis palabras respalden lo que tu imaginación dicta, o pretendes manipular el sentido de lo que lees, pues de plano: yo no respondo…
LA PRIMERA COSA que quiero contar es que hace un par de días soñé la Eternidad; fue una noche de la que no daré tantos detalles pero te diré que dormí como bendito, de corrido, ni el ulular de las ambulancias en la avenida cercana que lleva al hospital, ni el calor o frío que luego se cuela a la intimidad del lecho, ni las camionetas o autos que se estacionaron frente al atrio del templo y pusieron su volumen al máximo pudieron distraerme de la secuencia de imágenes interminables que se sucedieron por largo rato, pues soñé, soñé, soñé…
YA RAYABA EL SOL y como que yo no quería despertar, como que hacía recuento y síntesis del sentido de cada parte de mi sueño, como que buscaba un denominador común a la variedad de diálogos, de situaciones, de hechos que fueron apareciendo en mi plácido descanso…
Y LA CONCLUSIÓN de la retahíla variopinta volvía -una y otra vez- a hacerme caer en una sola afirmación: ¡esa es la Eternidad!…
POR SUPUESTO QUE la noche anterior cené ligero y despacito, que antes de dormir ni me fumé ni me tomé que diantre de enervante o narcótico ni lo que sea; que yo no tenía pendiente o preocupación que me desasosegara e hiciera que mis pensamientos me jugaran una mala pasada…
TEMAS O PUNTOS COMO la hospitalidad, la falta de prisas, la abundancia y la colaboración, la ausencia de temores o ambiciones, el diálogo confiado y alegre entre los personajes, la belleza y grandiosidad, la eliminación de estorbos e inutilidades sin más escándalo o miedo, la disponibilidad y transparencia de intenciones, la buena voluntad y la solidaridad, la limpieza y luminosidad, todo eso estaba presente ahí: en la Eternidad…
NI EN MI SUEÑOS ni ahora me espanta o preocupa que también ahí ¡vi al diablo!; ni con cuernos de chivo ni con cola puntiaguda, sino con una chamarra de piel negra y bien acicalado; con toda la intención de provocar mal, pero derrotado con la contundencia de saber que Alguien no se cansa de hacer el bien: en la Eternidad el mal está derrotado…
CUANDO TERMINÉ DE despertar, yo me quedé con la total seguridad del contenido y significado de mis sueños; a nadie busqué para que me explicara o me diera su interpretación; no me quedó rastro de inquietud o miedo, más bien campaba a todo lo ancho de mi conciencia la firme seguridad de que ¡Yo soñé la Eternidad!…
LA CONSISTENCIA DE los sueños es su inconsistencia, pues no son otra cosa que la imaginación desbordada sin control mientras el cuerpo descansa en paz; y desde aquí felicito a Pedro Calderón de la Barca que nos dio la más diáfana definición de lo que luego nos llena de zozobra y nos provoca tanto miedo: Los sueños, sueños son…
HE PLATICADO mi sueño a pocas y escogidas personas con toda la confianza y apertura que he podido, rescatando del abismo del olvido la fugacidad de la imágenes y detalles de tales sueños; y también a ellos -y a ustedes, amables lectores- les agradezco que tomen las cosas con su debido sazón, pues los sueños, ¡sueños son!…
LA SEGUNDA COSA que quiero platicar es que en tantas familias hoy se celebra el Día del Padre; y que en muchas otras los papás se sienten celebrados en cada logro del hijo, con sus primeros pasos o sus primeras palabras, cuando logran controlar sus esfínteres y cuando sus preguntas van siendo así de abrumadoras y así de impredecibles…
ENTRE MUCHOS OTROS recuerdos que tengo de mi padre, no se me olvidará que cuando adquirí mi primer automóvil (allá por el siglo pasado), sentí su satisfacción cuando supo que no lo hice con ningún crédito de la agencia ni del banco, y así con todo su gusto afirmó: “Este automóvil costó mucho dinero, así que aquí te coopero con una llanta”, y me dio un billetote mucho, pero mucho más pequeño que su enorme corazón y mucho, pero mucho más grande de lo que yo imaginé…
COMPARTO CON TANTOS papás la emoción de ver cómo siguen creciendo los hijos de cuarenta o cincuenta años y como los retoños vuelven a ser como segundos hijos que rejuvenecen el corazón senil; yo no estoy tan-tan viejito, y me llena de satisfacción ver cómo aquellos jóvenes seminaristas de los años noventa ahora ya toman las riendas de responsabilidades mayores y muestran una gran fecundidad en sus labores apostólicas; a todos ellos mi más cordial felicitación…
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